EL DIARIO DE ANA: Caleidoscopios, por Ana L.C.



Era nuestra primera clase de Filosofía y con un profesor nuevo, totalmente desconocido quien, cuando entró en el aula cargado con una caja de cartón, precedido de una blanca sonrisa y su aura de confianza, nos resultó muy atractivo, por lo menos a las chicas, pero, sin embargo, no logró despejar el sopor general que la palabra “Filosofía” dejaba caer sobre nuestros ánimos.

Sin preámbulo alguno, ni siquiera las naturales presentaciones, comenzó a repartir a cada uno unos tubitos que sacaba de la caja, los cuales observamos con una mezcla de curiosidad y cachondeo. Cuando concluyó su distribución, se colocó al frente de todos y nos espetó:

“¿Alguno sabe qué es lo que os he dado?”

Todos miramos el objeto cilíndrico, de unos diez centímetros de largo, aproximadamente, fabricado en un plástico duro con dibujos infantiles bastante cursis y con un cristal traslúcido en una de sus bases que ocupaba toda la circunferencia y otro de diámetro bastante más pequeño y transparente en la otra.

“Aplicad un ojo al extremo más pequeño.” – Nos ordenó.

Todos lo hicimos y un dibujo geométrico de brillantes colores apareció ante nosotros.

“Si vais girando o moviendo poco a poco el tubito, veréis como el dibujo y los colores van cambiando.”

Era cierto… y con cada giro la figura nueva era distinta a la anterior, y todos en la clase nos dejamos conquistar por aquel objeto que dibujaba círculos mágicos repletos de colores y figuras.

“Estos pequeños juguetes se llaman caleidoscopios. Supongo que como no llevan botones ni son interactivos no los conoceréis.”

Alguno dijo que sí, que ellos tuvieron uno de pequeños… El profesor les obsequió con una mirada llena de escepticismo, aunque no comentó nada.

“Bien, pues hagamos un sencillo ejercicio. ¿Tenéis lápices o rotuladores de colores?... Entonces abrid vuestros cuadernos e intentad dibujar una instantánea de lo que veis.”

Todos sacamos nuestros estuches y abrimos los cuadernos. Miramos por el tubito y vimos nuestros dibujos como flores multicolores formando combinaciones de fantasía. Yo dejé el mío sobre la mesa y comencé a pintar, pero me detuve, no recordaba perfectamente las combinaciones ni las formas, así que eché otra ojeada de nuevo para cerciorarme y, el dibujo con sus colores había cambiado, ya nada era lo mismos de antes… Y esto ocurría cada vez que lo dejaba y lo volvía a coger, siempre cambiaba. Miré a mis compañeros y me di cuenta de que a todos les sucedía algo semejante.

“¿Qué os pasa?” – preguntó el profesor. – “No se mantienen fijos los dibujos?... Es natural, con cada leve movimiento, cambian, nunca se repiten…”

Parecía deleitarse. Se acercó a la primera mesa y cogió el tubito de una de mis compañeras.

“Ahora quiero que hagáis otra cosa.”

Tiró el tubito al suelo y, ante nuestra sorpresa, lo destrozo de un fuerte pisotón. Todos nos miramos divertidos y asombrados.

“¡Vamos!” – Nos animó. – “¡Hacedlo!”

Lanzamos nuestros caleidoscopios al suelo y comenzamos a pisotearlos con bastante afición y alboroto. Al cabo de un momento, sólo quedaba de ellos unas piedrecitas minúsculas brillantes de diferentes colores, unos espejitos rotos y el plástico troceado en una gran variedad de tamaños y formas.

“¿En qué se han convertido?... ¿En basura? ...” – Preguntó. Nosotros afirmamos. – “Lo que llevaban dentro, “¿tiene algún valor ahora?... ¿sirve para algo?... No, claro que no.”

Nos indicó que volviéramos a nuestros asientos y comenzó a pasear entre los pupitres en completo silencio. Nosotros le observábamos intrigados. Al final se detuvo junto a su mesa y nos miró uno a uno.

“Nosotros, todos nosotros, todos los seres humanos, somos como estos caleidoscopios…

 Podemos presentarnos ante el mundo con diferentes, infinitas realizaciones, múltiples personalidades, con una increíble cantidad de matices, colores y formas…

Nunca somos iguales, aunque a veces lo parezca, porque a cada pequeño soplo de viento, a cada sonrisa, a cada roce, cambiamos, nos transformamos, aunque ese cambio sea tan tenue que no se aprecie a simple vista, y sólo con el tiempo… porque nosotros estamos en constante evolución, siempre, siempre en constante evolución.

Por ello es tan difícil describir a una persona, porque cualquier persona es mucho más que aquello instantáneo que conocemos en un momento determinado y lo que hoy nos parece de esta manera, luego lo veremos de otra.

Igual que en un río nunca una gota se repite, en la vida jamás hay dos instantes iguales.

Así pues, daros cuenta de que es casi imposible asegurar que conocemos perfectamente a las personas que nos rodean, incluso a nosotros mismos… Sin embargo, cuando llegamos a la destrucción, vemos que toda la materia prima capaz de realizar las maravillas que hacemos, no es nada, simples trocitos de polvo, algo sin valor, porque nosotros, al mismo tiempo que podemos ser sublimes, estamos fabricados de insignificancia, de precariedad, de fragilidad…

Debemos ser conscientes de nuestra naturaleza dual, pues si por un lado somos muy poco, casi nada, una motita de polvo en medio de la creación y estamos hechos de esa misma nada, sólo minerales y agua, algo muy abundante en la naturaleza y por lo que, podemos decir, somos primos de una roca… de un pájaro… de una nube… Por el otro lado, a diferencia de ellos, nosotros, los seres humanos, con esos materiales fútiles, triviales, creamos sueños y los hacemos realidad, construimos y destruimos, nos elevamos más allá de nuestras limitaciones y somos capaces de escapar incluso de nuestro propio planeta… con esos anodinos elementos, estamos capacitados para amar y para odiar, para la alegría y la tristeza, para llorar y de reír… para aprender, recordar, enseñar…

Duales… somos duales porque estamos compuestos de contenido y continente, pero, no os equivoquéis, no existiría el uno sin el otro, ¿o acaso podríais ahora volver a ver los bonitos dibujos de los caleidoscopios tras destrozar su continente?...

Pensad sobre ello…”

Cogió su cartera y su abrigo y antes de marcharse dijo:

“Ahora recoged vuestras vergüenzas del suelo. Todavía quedan quince minutos para que suene el timbre y quiero esto limpio para la siguiente clase.”

Y se encaminó hacia la puerta, pero, una vez allí, se giró y nos lanzó como despedida:

“Ah, se me olvidaba. Como habréis comprobado, no debéis dejar que nadie, ni nada, nunca, nunca, os pisotee como acabamos de hacer con estos caleidoscopios, de lo contrario la magia se escapará de vuestro interior y se perderá para siempre.”

Y nos dejó mirando las piedrecitas de colores que brillaban en arcos iris imposibles como una súplica que nos llegaba desde el suelo…

Comentarios

  1. Me encantó tu relato. He llegado a él por coincidencia, ayer que me han regalado precisamente, un caleidoscopio para armar. Todo tiene su razón de ser y, aunque veo que aún no hay comentarios, estoy segura que conforme te vayan descubriendo, estarán encantados en hacerse seguidores de tu página. Compartiré tu relato, si me lo permites, por supuesto, haciendo saber quién es la autora del mismo. No dejes de escribir. Claudia Márquez Terrón (México)

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  2. Gracias, Claudia. Es muy importante recibir ánimos de quienes nos leéis porque a veces nos sentimos muy solos y no sabemos si nuestras palabras simplemente se pierden en la nube de internet y se quedan en la nada, pero reconforta comprobar que no es así. Si quieres leer más sobre mí o sobre otros compañeros de la web lo puedes hacer en www.ancrugon.com

    Un abrazo
    Ana

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