CONVERSANDO CON ALICIA: ¿Cómo empezar?, por Ancrugon



Alicia es un sueño que todo hombre quiere hacer realidad. Ella tiene la frescura de sus pocos años y la luminosidad de unos ojos verdes repletos del agua todavía pura que mana de morder la manzana de la vida. Alicia no es bella, es la belleza; Alicia no es tierna, es la ternura. Por eso, cuando se acercó a mí pidiéndome que le enseñara la magia de las palabras, yo, tal vez por primera vez en mi existencia, tuve que ser sincero y le dije que no conocía palabra alguna que mereciera tener su hechizo. Y ella rió, con su risa suave como de lluvia, y yo me empapé de su alegría.

Y acepté, ¿qué iba a hacer?... ¡Qué fascinación tan grande la de enseñar metáforas y símiles a esta muchacha que, en si misma, era un compendio de recursos donde cualquier poeta se hubiera emborrachado de los licores de la estética!... Así pues, cegué mis ojos con la erudición y comencé a divagar por los caminos difusos de mi conocimiento e intenté enseñar mis precarios tesoros a la que encerraba la sabiduría en cada sonrisa.

- ¡Pero que tontería es esta!- Alicia parece realmente enfadada, pero yo sé que en el fondo todo esto le hace gracia.

- Es sencillamente la verdad.- Respondo.

Alicia me observa como si me viera por primera vez…

- Mira, déjate de bobadas y de frases hechas y comienza a explicarme algo de lo que he venido a aprender.

Realmente temía este momento, porque es más fácil colocar los ladrillos de un tabique que explicar cómo se deben poner. Pero en fin, ella tiene razón.

- Pues comencemos, - digo, - tú preguntas y yo respondo.

- Veamos… ¿Cuál es el primer paso para ser una escritora?

- Escribir.

- Me temo que eso no me soluciona muchas dudas… - Alicia parece un poco decepcionada.
- Pero es así como funciona, porque a escribir se aprende escribiendo. Para escribir bien lo importante es la práctica. La técnica se aprende, sí, puedes leer libros y libros de teoría, pero si no la pones en práctica, no hay nada que hacer.

- Pero, - Duda un instante. – A veces me pongo delante de la hoja y mi cabeza está más en blanco que ella y entonces pienso que nunca lo podré hacer.

- Porque te empeñas en buscar historias maravillosas, frases perfectas y todas esas fruslerías. ¿No pretenderás levantar un palacio sin saber dibujar un plano?... Eso ya llegará. Al principio escribe lo que pase por tu mente, cualquier cosa, deja que las palabras vayan saliendo sin más, no hace falta ni que haya una conexión ni que tus escritos tengan un sentido determinado. Luego lo guardas todo, olvídalo, y al cabo de un tiempo, vuelves a leerlo y verás como entre todo ese batiburrillo aparecen ideas interesantes para un texto literario. Ahora, eso sí, sé constante, escribe todos los días por lo menos un ratito. Las musas no llegan cuando las necesitas, así que si vienen es mejor que te encuentren trabajando.

Alicia apunta en su cuaderno mi última frase.

- Y ¿cómo es mejor escribir, en un bloc, en un ordenador…?

- Es indiferente. Tú misma irás encontrando el material que más te acomode, e incluso podrás utilizar diferentes soportes y herramientas. Lo mismo ocurre con el lugar… Hay mucho mito en ello… El espacio es importante, pero no hay ninguno especialmente idóneo para llevar a cabo esta labor. Lo importante es que te sientas cómoda y puedas concentrarte en tu trabajo, por lo que es mejor evitar los tumultos o lugares muy ruidosos. Sin embargo, hay escritores que gustan de escribir durante sus paseos, o en los bares, en el tren… yo qué sé. Todo esto es algo muy personal y no se debe generalizar.

Vuelve a sus notas. Luego me mira un instante, pensativa, mordiendo la parte posterior de su bolígrafo.

- ¿Es importante seguir un orden en lo que se escribe?... Es decir, como me enseñaron en el colegio: presentación, nudo y desenlace.

- Para nada. Sé creativa, rompe moldes, luego ya organizarás, si lo crees conveniente. La imaginación es un ave tan libre que si la encierras en un orden, desaparece, se volatiza como una bocanada de humo. La lógica está bien para la filosofía, pero la creación tiene más de sentimiento que de lógica. ¿Qué interés puede tener para un posible lector que tú vayas contando paso a paso todas las actividades que haces en un día normal?... En la hoja en blanco, el tiempo y el espacio son conceptos abstractos y dinámicos, son elásticos y deformables, incluso los puedes trocear y unir a tu antojo.

- ¿Y los temas?...

- Los temas… Están ahí, por todas partes: en tu casa, en el colegio, en el cine, al girar la esquina, en el bolsillo del tendero, en la pelota del niño, en la boina del anciano, en un gato, en una hormiga… En todas partes. El artista es como un periodista que interpreta la realidad, no la expone tal y como es. Puedes escribir para divertirte, o para comprenderte a ti misma, también para protestar por el mundo que te rodea o inventarte uno nuevo, para sacar tus miedos u obsesiones, para adular, para conquistar… incluso puedes escribir para ser eterna, ¿por qué no? Entonces, cada motivo te traerá un tema, o dos, o miles… Pero siempre es más fácil escribir sobre lo que conoces, recopilar anécdotas, historias que oyes o que observas o que lees… e inventar con ellas historias.

- ¿Debo trazarme, entonces, algún boceto de lo que quiero escribir?

- No estaría mal, aunque, te repito, no debes obsesionarte con seguir una línea. Si vas marcando puntos, al final esos puntos crean la línea. Si está ansiosa por encontrar ideas, posiblemente sólo podrás escribir sobre tu ansiedad. Ya te digo, las ideas están ahí, ya se acercarán ellas a ti cuando menos te lo esperes, pero para ello simplemente tienes que ser receptiva.

- Mi profesora de Castellano me dijo que cuando estudiamos algún autor, luego me dejo influir por él y quiero imitarle.

- Pero eso no es malo, todo lo contrario, es muy bueno intentar imitar a aquellos que han llegado, siempre se aprende algo. Más tarde, cuando te vayas formando tu propia personalidad como escritora, simplemente sabrás escoger lo que te interese de cada uno en cada momento, el resto será puramente tuyo. A lo largo del tiempo, y del trabajo, irás adquiriendo la capacidad de matizar las cosas, de verlas desde tu prisma particular, de descubrirlas de una manera que ninguna otra persona lo haya hecho. Y, ¿quién sabe?, con el tiempo, y el trabajo, igual algún día alguien te imita…

- ¡Buf! ¡Pues no queda!... Hay otra cosa que me preocupa. Cuando leo algo de lo que he escrito, me da miedo que me lo critiquen, me molesta un montón, así que sólo les dejo leer mis cosas a los amigos que me dicen que están bien.

- Pues muy mal. Eso es como comprarse un coro… Para presentar tus escritos en sociedad lo mejor es que comiences con quienes entienden de ello. Y no te importe que te saquen defectos, seguramente será que los tienes, pero eso te ayudará a mejorar.

Alicia cierra su bloc y me regala una de sus suaves sonrisas. Sin querer, siento un pequeño escalofrío. “Me estoy haciendo viejo”, pienso.

- Bueno, por hoy ya no tengo más preguntas.- Se incorpora de su asiento. - ¿De qué hablaremos el próximo día? Es por prepararme algunas preguntas.

- Pues ya que te preocupa tanto el hecho de qué escribir, intentaremos cazar ideas. ¿Te parece bien?

Y Alicia afirma en silencio saliendo en silencio de la estancia que se ha quedado impregnada del aroma de la juventud y la esperanza. 



Participación


Os vamos a plantear unos sencillos ejercicios para comenzar con este taller de escritura.

1º ¿Cuál es el primer recuerdo que tienes de tu vida? Tened en cuenta que en él, más que los hechos concretos, que a lo mejor no los tenéis tan frescos, aparecerán colores, formas, olores… Muchas veces es a través de los sentidos como recuperamos los recuerdos.

2º Un pequeño texto, de no más de 150 palabras, que se base a partir de la siguiente frase: “Al introducir la mano en mi bolsillo, hallé en él un pequeño caracol.”


Relato enviado por Renato:
15 febrero 2011


Al introducir la mano en mi bolsillo, hallé en él un pequeño caracol retraído en su concha. La añoranza hizo presa en mi memoria y recordé tiempos de mi infancia donde en las mañanas primaverales, con el rocío del alba, o al final de un aguacero, recorríamos el campo con un cesto a su búsqueda. Hurgábamos entre las hierbas, en los
ribazos, debajo de las piedras o de los montones de leña y cañas. A veces, si la humedad era muy abundante, circulaban parsimoniosos a nuestra vista, dejando su reguero delator. El anhelo en localizarlos nos impelía a una búsqueda frenética del molusco y si
la recolección era fructífera, en aquellos tiempos lo solía ser, volvíamos la mar de contentos hacia nuestras casas, con nuestros recipientes a rebosar, pensando en el jugoso y sabroso festín que nuestras madres iban a preparar con este exquisito manjar, a falta de otras viandas.


Luis A. Novella ha escrito:
28 febrero 2011


Al introducir la mano en mi bolsillo, hallé en él un pequeño caracol, lo había colocado allí la tarde anterior, después de un chaparrón de verano. Lo encontré en medio del camino, mi padre lo había desechado, quise protegerlo de las ruedas de los carros y pezuñas de las caballerías que pasaban por el camino y me olvide de él hasta ese momento, lo puse en mi mano y como si despertara salió poco a poco de su caparazón y mirándome me pidió que lo dejara otra vez en la huerta, para poder crecer y hacerse grande y gordo, así lo hice y cuando regresaba a casa, iba pensando lo buenos que están
los caracoles grandes y gordos con la salsa que hace mi madre.


Luis A. Novella ha escrito:
1 Marzo 2011


Era una tarde sofocante de verano, tenía mucho calor y la zona más fresca de la casa era donde estaba aquella caja grande y blanca que había en un rincón del pasillo, para mi todo era una aventura y abrir aquella caja blanca era una prioridad. Recordaba haber visto a mi madre y a mi abuela hacerlo varias veces al día, por lo que no debía de ser muy difícil. Cuando al fin lo conseguí noté la grata frescura que salía de su interior y me senté a sus pies con la intención de pasar un largo rato. Observé el interior de la caja y me fije en unos objetos que tenían el tamaño de mi mano y eran casi redondos y blancos, había muchos y los fui cogiendo uno a uno comprobando que a la mínima presión se rompían, resbalando sobre mis brazos una sustancia gelatinosa, yendo a parar entre mis piernas. La sensación era agradable y me refrescaba, por lo que seguí jugando con aquellas “pelotitas” riéndome con cada una de ellas. Cuando no quedaba ninguna “pelotita”, me acordé que en la parte de delante de la caja blanca había un artilugio, que girándolo daba un liquido fresco y claro, por lo que decidí lavarme la “gelatina” que me cubría los brazos y piernas. En ello estaba cuando note una palmada en el culo, era mi madre…
El hecho no lo recuerdo, yo tenía año y medio, pero mi madre me lo ha contado muchas veces. Lo que si recuerdo es la sensación de los huevos corriéndome por las manos y piernas y el agua del hielo de aquella vieja nevera que me refrescaba.


Luis A. Novella ha escrito:
5 Marzo 2011


Era Domingo, lo sé porque mi madre me había vestido con la ropa de los días festivos y ella estaba en casa cuando me desperté. De su mano nos trasladamos a una casa grande, muy grande, con las puertas más grandes que había visto nunca. En la entrada había muchas personas a las que mi madre saludaba, también había niños, pero todos, los unos y los otros, vestidos de domingo. Cuando entramos dentro de la casa, mi madre se puso un trapo fino en la cabeza, cosa que al principio me sorprendió, pero luego comprobé que todas las mujeres lo llevaban. Siempre de la mano de mi madre, nos sentamos en un banco, donde había otras personas. Las personas hablaban en susurros, como si no quisieran despertar a alguien, de repente al fondo de la casa y arriba de unos escalones, detrás de una gran mesa, apareció un hombre vestido de forma extraña, llevaba una especie de capa por delante y por detrás y empezó a decir palabras que yo no entendía y a mover los brazos, mi madre y las demás personas si debían entenderle, porque se levantaban y decían palabras extrañas que yo no había oído nunca, quise comprobar lo que decía aquel hombre que hacía que todas las personas mayores le contestaran y se pusieran de pie o de rodillas, según les ordenara, por lo que poco a poco me acerque a él y cuando estaba en el primer escalón, escuche como todas las personas decían a coro “hostia pura, hostia santa….”, palabra que si conocía y que me habían prohibido decir a mi, por lo que decidido a corregir a todas aquellas personas, me gire hacia ellas y les dije con todas las fuerzas que me permitía mi poca edad: “eso no se dise”.
Tampoco recuerdo esta escena, pero mi madre me la ha contado muchas veces y las madres siempre dicen la verdad.


Irene Ferrer Cerezo ha escrito:
18 de mayo de 2011


Al introducir la mano en mi bolsillo, hallé en él un pequeño caracol. Sí, como uno de los tantos caracoles que siempre que llovía aparecían en el césped húmedo tras las tormentas de verano. Esas tormentas de verano que siempre me han gustado, esas que me hacían notar las gotitas de agua cayendo sobre mi cuerpo que, como siempre, tan sólo estaba tapado por mi bikini favorito que siempre llevaba puesto y que llevaba muchas flores de colores, ese que me protegía cuando las tormentas me bañaban mientras yo seguía jugando en el césped durante toda la tarde. Sentir sobre mi cada una de las gotitas de las tormentas de verano era como encontrar una bola de chicle azul entre miles de ellas amarillas o como una ver rosa blanca en mitad de un ramo rojo; simplemente, todo un contraste.
Y tras esas tormentas de verano, en las que luego todo huele a húmedo, es cuando comienzan a sacar sus cuerpos los caracoles. Como ese pequeño caracol que hallé al introducir la mano en mi bolsillo.

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