CONCURSOS: Cuentos encadenados, por Ancrugon


Quiero proponeros un juego. Yo lo comienzo con un cuento breve y, partir de este momento, vosotros podéis enviar vuestros relatos breves, pero con la condición de que comiencen con la última frase del mío. Cuando hayamos recibido 10 cuentos, cerramos la recepción y el público lector podrá votar, durante un tiempo que se indicará, al relato que más le guste de los recibidos. El ganador se quedará en la página web, el resto se borrará, y entonces comenzamos de nuevo el juego, pero los cuentos que posteriormente se envíen deberán comenzar con la última frase del ganador. Y así sucesivamente, hasta que hagamos una cadena de pequeñas historias tan larga como podamos. ¿Os gusta la idea?...
Pues vayamos allá.


1ª Propuesta:
DESPERTAR, de Antonio Cruzans


Como de costumbre, el despertador sonó a las siete y media y maldije, como siempre, ese cruel momento del día. De forma automática, desgarraron el silencio las guitarras de mi grupo favorito de heavy y eso me decidió a saltar de la cama. El siguiente paso de mi ritual mañanero fue subir la persiana y una luz solar, inusitadamente brillante, entró por la ventana. Entre un bostezo y una rascada de cabeza, levanté los ojos al cielo. “¡Qué negro está hoy!”, pensé y me dispuse para la ducha tonificante. “¿Negro?” Volví sobre mis pasos. “¡Dios mío!” Era el cielo más negro que jamás había visto y en él brillaba una increíble cantidad de estrellas, pero el sol lucía en todo su esplendor. Busqué al frente la casa del vecino, pero nada, no había nada más que una extensión gris que se extendía hasta un horizonte ondulado recortado contra la negrura ¿del día?... Sin salir de mi asombro, miré hacia la derecha y allí, en cuarto creciente, aparecía la Tierra, azul y blanca, como un inmenso satélite de… Corrí hacia el teléfono y marqué el número de la oficina. Cuando presionaba el último número pensé: “¡Qué tontería! Si esto es cierto, no responderá nadie.” Sin embargo, había línea y pronto alguien descolgó al otro lado. “¡Mamá, mamá!” Grité con todas mis fuerzas. “¿Qué ocurre, cariño, te pasa algo?” Preguntó la voz asustada de mi madre. “¡Mamá, estoy en la Luna!” Hubo un silencio que me pareció eterno, luego escuché la reconfortante risa de mi madre. “Ya lo sé, cariño. Eso te lo digo todos los días. Anda, no pierdas más el tiempo que vas a llegar tarde al colegio.” “¡Pero, mamá!” Quise insistir. “¡Ya está bien!¡Cuelga y sal para el colegio!” Y colgó. No sabía qué hacer, pero como las madres siempre tienen razón, me duché, me vestí, desayuné y me dirigí hacia la puerta, aunque antes de abrir volví a la ventana de mi habitación y miré por ella. Allí estaban, la inmensidad gris, el cielo negro, los millones de estrellas, el Sol terriblemente luminoso y la Tierra, hermosa, brillante y lejana. Suspiré profundamente y me decidí. “Pero, ¿cómo llegaré al colegio?, pensé. Abrí la puerta con un temblor en mis manos, con los ojos cerrados y aguantando la respiración. Una fresca brisa rozó mi rostro y fui abriendo los párpados con cuidado… Allí, al frente, estaba la calle de siempre, con sus edificios, sus coches, sus árboles y personas… El cielo era azul y el Sol brillaba poco… “¡Qué razón tiene mi madre, siempre estoy en la Luna!”


Participación


A partir de ya, podéis mandar vuestras historias, pero deben comenzar con la frase:
“¡Qué razón tiene mi madre, siempre estoy en la Luna!”
Y no deben exceder de 450 palabras. Las diez primeras en llegar entrarán en el concurso.


Concursante nº 1
Luis Novella ha escrito:
2 de abril 2011


¡Qué razón tiene mi madre, siempre estoy en la Luna!” Soy una persona ordenada, tengo mi ropa recogida, mis libros en sus estanterías, no me gusta tener cosas por el medio, me gusta el orden. Cuando el trabajo me lo permite, participo en las tareas de
la casa, cocino y plancho, descargando de este trabajo a mi madre. Cuando estoy en casa me gusta hablar con los míos, y contarles mis viajes y experiencias. En el trabajo me consideran una persona centrada y he estudiado y preparado mucho para llegar donde he llegado, de hecho soy el comandante del transbordador espacial.


Concursante nº 2
Iván Raro Clemente ha escrito:
6 de abril 2011


“¡Qué razón tiene mi madre, siempre estoy en la Luna!” “Prácticamente no me acuerdo del día que es hoy”. Cuando llegó el autobús me subí en él y como siempre me senté al lado del conductor, el viaje lo pase como casi siempre, medio dormido y sin enterarme de nada. Al llegar al colegio me puse a hablar con mis compañeros, de repente sonó el timbre. Era la hora de entrar a clase, todos entramos rápidamente, ya que el profesor venía por el pasillo. Al sentarme en la silla me di cuenta que no llevaba la mochila, se había quedado en el autobús, uno de mis compañeros me preguntó “¿Qué, ya te has vuelto a dejar la mochila en el autobús?” y yo, con cara de vergüenza decía “¡Es qué…!”, pero no se me ocurría nada más que decir, terminaba en silencio, sin hablar con mis compañeros y sin atender al profesor. Me pasaba las clases en otro mundo y a la que sonaba el timbre para salir de clase regresaba a la Tierra. Al subir al autobús de regreso, recogí la mochila y al llegar a casa, mi madre me preguntó “¿Que tal te ha ido el día?” Y yo le dije con una voz temerosa “Se me ha olvidado la mochila en el autobús” Y mi madre me respondió  “¡Hay hijo, si es que estás en la luna!” por la tarde estuve haciendo los ejercicios que no pude hacer en el colegio. Mi padre llegó bastante tarde a casa de trabajar, cansado y sin ganas de nada, pero me ayudó en todo lo que no entendía. Entonces pensé “¡Lo reconozco soy un irresponsable, todo el mundo me ayuda y yo sigo en la Luna!”.


Concursante nº 3
Áurea Soriano ha escrito:
6 de abril 2011


¡Qué razón tiene mi madre, siempre estoy en la Luna! Me gustaría no seguir allí arriba. Es un lugar difícil de describir aunque lo esté viendo todos los días. Solo existe el silencio, no se oye ningún ruido y el único ser que existe soy yo. A veces oigo voces
cerca de mí, pero no las entiendo. Parece que no exista, que me haga invisible, que sea transparente, pero a la vez todo el mundo me ve.
Siempre estoy metida allí arriba, no sé lo que me pasa. Puede que sea solo despistes sin importancia, algo que haga no poder concentrarme, amor también puede ser, pero si fuera amor: ¿De quién estaría enamorada? Hace años que no comprendo ese sentimiento, ¿Es lo que sientes la primera vez cuando tienes 4 añitos? ¿Es lo que se dice
a menudo hoy en día? Dicen que se llama querer. Es muy fácil decirle esto a uno persona pero... ¿Sentirlo también lo es? Nadie en este diminuto mundo puede describir lo que es el amor, porque para cada uno el amor significa adjetivos distintos. Algunos
dicen que es “sentir mariposas” en el estómago. Otros dicen que es cuando el corazón te palpita muy rápido nada más ver a esa persona. Yo no doy gran opinión en este tema, porque yo nunca he podido experimentar ese sentimiento. Pero aun así creo que debe de ser algo muy importante por querer vivir el resto de tu vida con esa persona y nunca separarte de ella, por poder compartir todo lo que desees.
Me gustaría saber lo que me pasa. Me gustaría saber porque lloro sin saber el motivo. Porque grito sin saber porqué lo hago. Porque me escondo sin tener miedo a nada. No es amor pero también es un sentimiento indefinible. Podría ser el motivo de tantos sucesos que me han ido pasando en tan poco tiempo, cómo la pérdida de algo irrecuperable…


Concursante nº 4
Mayte Gimeno Aliaga ha escrito:
6 de abril 2011


COMO DE COSTUMBRE.

 “¡Qué razón tiene mi madre, siempre estoy en la Luna!”
A parir de ese día descubrí mi sonambulismo, desconocido para mí hasta el momento. Después de este gran susto y ya en la calle, comencé mi trayecto diario hacia el instituto. Miré el reloj y me sobresalté al ver que con mis habituales despistes diarios, se me había hecho tarde y  quedaba un minuto para empezar las clases, a pesar de que todavía  estaba bastante lejos del instituto. Así que me puse las pilas y corrí hasta allí. Como de costumbre, cuando llegué, ya había sonado el timbre y la puerta de mi clase estaba cerrada. Con el corazón que parecía que se me iba a salir, de lo rápido que había tenido que correr para no llegar tarde, toqué a  la puerta y pregunté si podía pasar. El profesor me dijo que sí y me senté en mi pupitre intentando hacer el menor ruido posible, aunque no era fácil teniendo en cuenta que la silla tiene patas de metal y el espacio que hay para poder bajarla, es bastante reducido. Así que sonaron varios estruendos. Luego me senté y la lección transcurrió de forma habitual. Así, como de costumbre, pasaron la segunda hora y la tercera y por fin sonó el ansiado timbre que indicaba que era la hora de salir al patio. En el patio, como era normal, había un gran alboroto causado por las voces y los gritos de todo el mundo, pues veinte minutos son muy pocos para hablar de tantas cosas. A las once volvió a sonar el timbre y todos subimos las escaleras, que se presentaban  apelotonadas de gente como cada día, y volvimos a clase. Pasaron la cuarta hora y la quinta y los deberes, exámenes, trabajos, exposiciones y de más se me echaban encima y no se acababan nunca. Llegó el segundo patio, que se me pasó volando. Al ser miércoles, teníamos una hora más de clase y salíamos a las tres menos cuarto. Pasó la sexta hora y finalmente llegó la última hora en la que ya todos estábamos bastante desconcentrados y cansados y no prestábamos demasiada atención. Faltaba un minuto para salir y todos estábamos frente a la puerta esperando ansiosamente a que sonara el timbre de salida. Al fin, sonó, y como de costumbre, todos intentaron salir por la puerta a la vez, como un rebaño de ovejas; bueno, realmente, creo que hasta un rebaño de ovejas es más ordenado. Yo, me esperé a que salieran todos principalmente para evitar los habituales empujones y porque soy bastante lenta recogiendo. Salí del instituto y emprendí el camino hacia mi casa. Al llegar, mi madre me esperaba para comer. Mientras comíamos, le conté cómo me había ido el día y al acabar de comer, me tumbé en el sofá y me dormí, estaba agotada. Cuando desperté, me dispuse a hacer los deberes con desconcierto ya que tenía bastantes; pero cuanto antes empezara, antes acabaría. Cuando acabé mi madre ya estaba preparando la cena, así que me duché y me puse el pijama. Cuando mi padre llegó de trabajar, cenamos todos juntos mientras veíamos ``El mentalista ´´. Luego me lavé los dientes y me fui a la cama. Había sido un día normal, monótono, como otro cualquiera, sin ningún suceso sobrenatural, lo cual no sé decir si es  bueno o malo. A la mañana siguiente me desperté y... vuelta a empezar, de vuelta a la rutina diaria. De vuelta a la monotonía. Puesto que la noche anterior se me había olvidado poner el despertador, me levanté tarde, como de costumbre, así que me preparé corriendo y me fui al instituto. Sabía que iba a volver a llegar tarde, porque volvía a quedar un minuto para las ocho, como el día anterior. Forma parte de mi rutina habitual, aunque preferiría que no fuera así, pero no puedo evitarlo, haga lo que haga y no se cómo, pero rara es la vez que llego puntual a clase. Aunque hoy sentía una sensación distinta. Extraña. Tuve un presentimiento. Percibía de camino al instituto, que hoy iba a ser un día diferente, que algo iba a pasar, pero, algo bueno...

Concursante nº 5
Ana Latorre Sales ha escrito:
7 de abril 2011


¡Qué razón tiene mi madre, siempre estoy en la Luna! Y sí, es cierto. En realidad yo creo que es un lugar muy visitado por todos. Hay personas que lo visitan más y otras menos. Yo soy una fan de ese sitio, eso es indudable, podéis preguntárselo a quien queráis que me conozca, que os asentirá con la cabeza y una sonrisa. Desde pequeñita me han estado repitiendo una y otra vez: “Estás en la luna”, “¿En qué (o quien) piensas pillina?”, “Estás pensando en las musarañas”. Todos tenemos una mente diferente, unos pensamientos diferentes, pensamos de una forma diferente, una vida diferente. Por lo tanto, cada persona se mete en tus pensamientos de una forma más intensa y profunda, cada uno tiene su propia luna, piensa en lo que quiere, y las musarañas protagonistas de sus pensamientos siempre son distintas en una mente y en otra, unas te importan más y otras menos, pero todas desempeñan un papel importante. Están esas que sabes que siempre van a querer que seas feliz, que no te van a fallar nunca y siempre van a estar ahí cuando lo necesites, no son las que llamamos amigos, no os equivoquéis, porque amigos decimos que tenemos muchos pero los verdaderos solo se cuentan con los dedos de la mano, la clase de musarañas de la que os hablo son las que reciben el nombre de familia, aunque a los amigos verdaderos, como he dicho antes, también les podemos atribuir esa descripción, y sinceramente, a esta edad creo que pensamos más en los amigos que en nuestra propia familia. No nos olvidemos tampoco de esa musaraña, o mejor dicho… musarañas, en plural, ya que con quince años para nosotros será la más especial de todas, pero por nuestra vida seguro que pasarán más, y nos quedaremos con la definitiva, y cuando esa llegue lo sabremos con certeza, sabremos que es esa musaraña la especial, y ya no tendrás que pensar en plural, porque sabrás que es la correcta. Bueno, mi deducción es que cuando estamos pensativos y nos olvidamos de todo lo que nos rodea, cosa que me pasa muy a menudo y ya lo he dicho antes, es algo realmente profundo, solo nosotros sabemos lo que estamos pensando, en qué lugar o parte del tiempo se encuentran nuestros pensamientos: en el pasado, presente o futuro. Sabemos quien o quienes son los protagonistas de estos y que papel realizan, y si mientras piensas te sale una sonrisa, o se te escapa una lágrima sin darte cuenta, no te preocupes, porque ya he dicho antes que cada persona vive sus pensamientos de una forma distinta.

Concursante nº 6
Blanca Beltrán Beltrán ha escrito:
7 de abril 2011


DESPERTAR
“¡Qué razón tiene mi madre, siempre estoy en la Luna!” Sí, mi madre suele tener razón.
Me vestí y desayuné como todos los días. Le di un beso a mi madre y me marché hacia el colegio. No era de los que les encantaban el colegio, pero tampoco de los que no les gustase, lo veía más como una obligación que había que cumplir.
Lo admito, no tenía muchos amigos, pero no me importaba. Me definían como una persona solitaria, pero tampoco me importaba, yo era feliz.
Ya casi en la esquina del colegio me encontré a unos chicos de un año más que yo. Vinieron hacia mí sin vacilar y con una maliciosa sonrisa en la boca. Yo, con el miedo en los ojos, di media vuelta y empecé a correr. Quería correr, correr a un lugar seguro, a un lugar en el que solo existiera yo, sin personas que corrieran a por mí, sin personas que me molestasen o no me creyesen. De momento me vino una imagen en la cabeza, una imagen de un lugar precioso, impactante. Un lugar que acababa de ver aquella misma mañana por mi ventana. Del lugar al que me transportaba todos los días. De mi lugar.

Concursante nº 7
Marian Aznar Gil ha escrito:
12 de abril 2011


¡Qué razón tiene mi madre, siempre estoy en la Luna! Siempre despistada, sin prestar atención, es lo que me suelen decir cuando me quedo embobada en clase pensando en Dios sabe que, es una cosa muy curiosa te quedas mirando un punto fijo, aunque no te
das cuenta el que, la mente se te queda en blanco y sientes una sensación de alivio que te recorre todo el cuerpo, o quizás si piensas en algo, puedes estar pensando en algo que has hecho, en algo que harás, o sencillamente dejas que te pasen por la mente ideas e imágenes que has vivido, te sientes libre con ganas de volar, como un pájaro que se encuentra en libertad... es una sensación de alivio que sientes como si una carga se liberara de tu cuerpo aunque esa sensación de plenitud desaparece cuando el profesor grita tu nombre enfadado en medio de toda la clase y te dice "sigue leyendo" y tu... te quedas sin saber que decir... y el profesor "Estas en la luna", o " estas en la estratosfera", y tu te quedas con una cara como diciendo ..."tienen razón" entonces tu compañero te
dice por donde van y tu continuas leyendo... terminas el párrafo y el profesor te echa una mirada de recriminación... tu tragas saliva y pides al cielo que toque el timbre... en ese momento suena, sales de la clase a estampida y te vas al patio y en ese momento bajo ese sol matinal vuelves a sentir la sensación de alivio te vuelves a empanar como me suelen decir mis amigas y desconectas de todo el mundo, aunque minutos después toca el timbre vuelves a la realidad y tienes que volver a ese agujero negro del que te habías librado minutos después...

Concursante nº 8
Luis Velázquez Esteve ha escrito:
12 de abril 2011


¡Qué razón tiene mi madre, siempre estoy en la Luna! Todos los días a las 7 me suena el despertador y lo voy dejando que suene cada vez más hasta que se me hacen las 7:30. Me levanto rápido, me visto, voy a desayunar, me lavo los dientes y me arreglo. Después de todo eso, miro el reloj y depende la hora que sea le digo a mi madre que me lleve al instituto. Yo no soy de esas personas que les gusta ir a clase y estudiar, pero es una obligación y me toca cumplirla. La mayoría de días me ponen un retraso; las tres primeras horas se me hacen eternas con un sueño que no te vas ni a imaginar, pero las
de después ya se me pasan más rápido. En los patios me voy siempre a un lugar concreto con mis amigos, y cuando termina el instituto siento de que me voy a ese sitio en el que me despierto todas las mañanas, es como si me transportara a ese mundo que tanto me gusta y estoy yo solo durante un rato de la tarde.

Concursante nº 9
Alicia Arnau Macián ha escrito:
12 de abril 2011


¡Qué razón tiene mi madre, siempre estoy en la Luna!... O no. Porque mi madre se empeña en decir esto cada vez que me ve sola en mi habitación, con la mirada perdida en el techo. No, no estoy en la luna, pienso. ¿Tanto le extraña a mi madre que yo
piense?... Sí, pero es lo normal. ¿En qué basa su famosa frase?... ¿Tal vez porque a veces salgo a la calle en zapatillas de ir por casa?... ¿Tal vez porque olvido los libros
de clase en mi habitación?... Sí, es cierto, todas estas cosas las hago y con demasiada frecuencia. Pero imagino que no soy la única a quien le ocurre. No por esto voy a decir que he perdido la cabeza (o que estoy en la luna, como diría mi madre). A este proceder diario se le llama estrés. Aunque yo, sinceramente, le llamo holgazanería. ¿Hay algo más gratificante para nosotros, los adolescentes, que no hacer nada? Para mí es el estado de máximo placer.
Sí, soy vaga. ¿Y qué? Soy un espíritu libre. Mi mente es libre, tanto que está en la luna. Me apasiona ver el vuelo de una mosca, dejar la mirada perdida y la mente en blanco, en reposo. Soy el polo opuesto a un niño hiperactivo. ¡Esto, sí qué es una tortura para
cualquier familia! Siempre están en funcionamiento. Así pues, yo le diría a mi madre: disfruta de mi tranquilidad, yo soy feliz, tú deberías agradecérmelo.

Concursante nº 10
Diego Manzanera Blasco ha escrito:
12 de abril 2011


“¡Qué razón tiene mi madre, siempre estoy en la Luna!” Cada vez que intento buscar una cosa y no la encuentro, viene ella y la encuentra. Es increíble, es cómo si ella tuviera poderes, pero no poderes normales, sino poderes mágicos. Parece una tontería, pero yo lo llevo sospechando desde aquel día que llegué a mi casa y antes de abrir la puerta mi madre me gritó: “¡Ya vienes borracho!”. Me quedé asombrado. “¿Cómo lo sabe?”, me quedé pensando. Desde ese momento miro cada esquina por la que paso, doy media vuelta cada vez que escucho un ruido raro. Cada vez que mi madre me hace una sonrisita sospechosa a la hora de comer, mi cuerpo se llena de un terror insoportable, es decir, es la hora de que mi madre revele mis secretos. Lo único que mi madre no sabe es que yo también tengo otro poder. Pero, ese poder nunca lo revelaré.

Fuera de concurso
Aitor Sebastián Castañer ha escrito:
18 de mayo 2011


“¡Qué razón tiene mi madre, siempre estoy en la Luna!” Y si no dímelo a mí que por eso de estar en la luna de poco la palmo...
Corría un caluroso agosto en Almedijar, mis amigos y yo decidimos, por eso de estar con la naturaleza (aunque yo no le encontraba mucho sentido), ir a una casa abandonada llamada "Mosquera" en bici. El trayecto duraba más o menos 2 horas y media y era algo pesado, pero no retrocedimos en ningún momento, y eso que iba gente que no va a la piscina el día mas caluroso del año si no le llevan en coche. Después de una increíble "rocha"(así es como se dice en Almedijar a las cuestas) llegamos a un cruce, un cruce que podría haber cambiado el curso de la excursión. Dicho cruce llevaba a "Mosquera" o a Azuebar, incluso nos llegamos a plantear el ir a dicho pueblo, pero seguimos el viaje como estaba programado. Llegamos a la casa antes de lo previsto, almorzamos bebimos agua cristalina y pura de una fuente (de cuyo nombre no me acuerdo) y volvimos por un camino diferente al pueblo. Descendimos por la carretera de Almedijar-Ahín al lado de escarpados y altos barrancos sin saber lo que estaba a punto de ocurrir. Fer, que iba el primero, derrapó en la gravilla y se cruzó en medio de la carretera. Ximo, que era el segundo, chocó contra él. Y yo, que iba tercero (pero no último), choqué contra Ximo de manera que volqué hacia el barranco. Tuve la suerte de que mi rodilla se quedó enganchada a la bicicleta y no caí de milagro. Me llego a caer y ahora no estaría escribiendo estas líneas, pero gracias a mis amigos que enseguida me ayudaron, no me quedé colgado mucho tiempo. Seguido del incidente llegamos al pueblo enseguida, solamente con un susto que siempre recordaré y que me enseñó una lección que ya sabía pero no aplicaba, “respeta la distancia de seguridad si al hospital no quieres llegar.”

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