JUGUETES: Brujas y Hadas, por Ana L.C.

Primero me presentaré. Soy Ana y me dedico a lo que se dice una “Cuentacuentos”, sí, porque voy por ahí contando historias a la gente y me lo paso muy bien, sobre todo con los niños, pero sólo los fines de semana, porque no puedo vivir de eso… es una pena, así que el resto de los días estoy metidita en una oficina soltándoles otro tipo de cuentos a la gente… sin embargo, no son tan divertidos, os lo aseguro. 

Pero ya basta de hablar de mí, porque hoy quería contaros historias fantásticas de dos tipos de mujeres mágicas, unas se pasan el día haciendo prodigios y las otras maldades, pero las dos son fascinantes porque son unas grandes maestras en hechizos y sortilegios, metiendo las narices en todas partes del mundo de los cuentos. ¿Sabéis de quienes hablo?... ¡Sí señor!... ¡Muy bien!...


De las Hadas

Y

De las Brujas.


 
Todos tenemos muy claro que existir, existen, pero ¿sabrías reconocerlas?... Me diréis: “¡Oh, sí, por supuesto!... Las hadas son seres luminosos y femeninos, de apariencia hermosa y cara de ángel. Suelen ser pequeñas y tienen origen sobrenatural. Incluso poseen poderes mágicos. Muchas de ellas tienen una varita mágica que emite chispas luminosas. Pero a veces cambian de apariencia y pueden aparecer como una mujer, o un animal, incluso como un vegetal. Ellas son las protectoras de la naturaleza, por eso viven en los bosques, y también de las personas buenas, porque son cariñosas y están llenas de amor. Les apasiona la música y cantan y bailan muy bien. Una de las noches que las podemos ver bailando es la de San Juan, su noche favorita, porque la primera hada nació en ese momento.”… Seguro que me dirías eso ¿verdad?... ¿Y a las brujas, también las reconoceríais?... Y seguro, seguro que me respondéis: “Pues claro, eso es más fácil, mira: tienen un aspecto horrible, son viejas y feas, con nariz larga y greñas blancas en su cabeza que la cubren con un sombrero picudo. Siempre visten de negro, del mismo color que el gato malo que les acompaña, y vuelan con su escoba y en sus casuchas tienen gordos libros llenos de hechizos y fórmulas y estanterías repletas de tarros llenos de cosas asquerosas con las que hacen las pócimas. También pueden cambiar su aspecto y convertirse en lo que deseen y así confundir a las personas. Son malvadas por naturaleza y aunque también les gusta la música, cantan de una manera atroz y bailan en corro alrededor del fuego y, qué curioso, también les gusta salir en la noche de San Juan porque, ¡vaya, qué coincidencia!, la primera bruja también nació esa noche…” ¿Verdad que me dirías eso?... Claro, porque vosotros sois muy listos y conocéis muchas cosas, pero ya me he dado cuenta que no sabíais por qué nacieron la primera hada y la primera bruja en la misma noche, aún más, del mismo año… ¿A qué no?... Pues escuchad, escuchad… Bueno, ejem, leed, leed… A veces se me olvida que no me podéis ver ni oír…



El verdadero origen de las hadas y las brujas.
Ana L.C.

Hace muchos, muchos años, cuando los humanos todavía tenían algo de dioses,
había un bonito reino escondido en el fondo de un fantástico valle, entre las montañas más altas, donde la gente vivía en paz y felicidad, no padecían enfermedades y poseían el secreto de la eterna juventud. El rey de este lugar, al que llamaban Zaur, era muy bueno y justo, aunque le consideraban un poco cascarrabias. Tenía una hija bellísima, dulce, amable y cariñosa, llamada Pandora, que era su ojito derecho y siempre se salía con la suya… Todos pensaban que la tenía un poquito mimada.

Al otro lado de las montañas no eran tan afortunados y los reinos luchaban entre ellos y la gente tenía hambre y sufría enfermedades y los niños morían en la pobreza. Entre aquellos hubo un malvado rey, Tobruq, que se hizo el más poderoso y los dominó a todos y se consideraba el amo del mundo. Era un hombre joven y fuerte, guapo, pero despiadado y cruel. Un mal día, siempre hay un aguafiestas en alguna parte, alguien le recordó que todavía no lo poseía todo, pues tras las altas sierras existía todavía un pequeño valle que no era suyo, así que decidió partir con su ejército para conquistarlo.

Y una mañana cálida y soleada salió de la gran ciudad dominante el mayor ejército que jamás se había visto sobre la Tierra. Todos pensaban que no hacía falta tanto para conquistar tan pequeño e inofensivo territorio. Pero todos se olvidaban de las montañas, la mejor defensa de aquel maravilloso valle. Eran tan altas que algunos decían que llegaban al cielo y no había caminos, ni pasos, ni ríos por donde cruzarlas y, por si esto era poco, estaban coronadas por nieves perpetuas que hacían imposible caminar sobre ellas. Sólo un paso secreto que únicamente los habitantes del valle conocían y utilizaban para enviar a sus comerciantes a por aquellas mercancías que necesitaban, atravesaba aquella impresionantes muralla natural.

Cuando Tobruq se halló ante aquellas moles que le impedían el paso se desesperó y ordenó castigar a los consejeros que no le habían hablado de aquello. Instaló sus tropas en las laderas de la cordillera y se rodeó de sus hombres más sabios para estudiar el mejor modo de pasar al otro lado.

La noticia de los intentos invasores de Tobruq pronto llegaron a oídos del bueno de Zaur y, aunque le entristeció saber que todavía existía tanta codicia y maldad entre los humanos, no lo tomó demasiado en serio porque se sentía seguro en su valle. Sin embargo, la curiosidad entró en la cabecita de la bella Pandora y, sobre todo, cuando escuchó de la boca de algunas cortesanas hablar sobre la hermosura y la valentía del rey Tobruq. Entonces decidió que debería verlo con sus propios ojos.

Así pues, y a escondidas de su padre, Pandora y cuatro de sus jóvenes damas atravesaron las montañas por el pasadizo secreto y se presentaron en el campamento enemigo, pero, con tan mala suerte, que fueron sorprendidas por los guardianes de Tobruq. Éste, cuando vio a Pandora, pensó que era la más bella mujer que jamás había visto y ella, cuando vio al joven rey, creyó que estaba ante uno de lo ángeles del cielo.

Pero en el corazón de Tobruq no había sitio para los buenos sentimientos y, aprovechándose del amor de Pandora, descubrió el túnel oculto y pudo de este modo conquistar el valle.

Los inocentes habitantes de tal maravilloso lugar conocieron por primera vez en su historia el miedo, el dolor, el hambre y la miseria y aprendieron a odiar. Tobruq y sus hombres mataron, robaron, destrozaron y crearon terror allá por donde pasaron. Encarcelaron al bueno de Zaur y a todos sus ministros y se hicieron amos de todo el Valle. Tobruq ya era dueño del mundo.

Un día Tobruq hizo traer ante sí a Zaur y señalando a Pandora dijo: “Viejo rey, tu hija es la que me enseñó el camino para llegar hasta aquí y ahora va a ser madre de dos niñas que son hijas mías. Puedes estar contento, tus descendientes reinarán en el mundo.” El pobre Zaur no había conocido nunca tanto dolor y, por primera vez en su vida, sintió odio y rabia. “Eso no ocurrirá, Tobruq. – Dijo el anciano.- Tú no saldrás jamás de este valle porque tú y tus hombres quedaréis aquí encerrados para la eternidad.” Dicho eso se escuchó un gran estruendo y se produjo un enorme terremoto, se destruyeron los palacios y las casas y los templos, los ríos cambiaron de lugar y las montañas cambiaron de forma cerrando el único paso con el exterior. Tobruq y sus hombres comenzaron a correr por todas partes despavoridos, ya de nada le servía ser el rey de la Tierra. Luego, Zaur se volvió a su hija: “Las únicas que saldrán del valle serán tus hijas, pero cuando se haya cumplido la maldición que voy a echarte, hija mía. Tus hijas, aunque iguales al principio, serán para siempre diferentes, una será la encarnación de la bondad y se llamara Hada, y la otra será la encarnación de la maldad y se llamará Bruja. Su apariencia ante todos será la misma, pero cada vez que se miren en un espejo, una se vera bella y joven y la otra fea y vieja. Y cuando ambas cumplan cien años, dejaran de ser iguales para ser lo que les corresponde y se marcharán del valle con sus hijas y sus nietas y llenaran el mundo de sus descendencias.” Dicho esto Zaur desapareció.

Y en la noche de San Juan, junto a una hoguera del bosque, Pandora dio a luz dos hermosas niñas, Hada y Bruja, quienes nunca se miraron a un espejo para no verse cómo realmente eran. Y hoy la Tierra está llena de hadas y brujas que viven entre nosotros sin saber que lo son. Sólo hay una cosa que les da miedo: los espejos.

Madame Mim, la bruja loca



Bueno, ya hemos visto con la bruja loca que no siempre dan miedo, que incluso pueden ser graciosas. Pero leamos ahora otro cuento, esta vez de los Hermanos Grimm, unos señores que se dedicaban a recoger historias populares y las ponían por escrito. Muchos de sus cuentos han llegado a ser muy populares, pero casi siempre son un pelín violentos y sangrientos y aparecen personajes bastante malvados. En el que vamos a leer a continuación aparece una bruja bastante cruel… ya veréis por qué…


Hansel y Gretel (La casita de chocolate)
Los hermanos Grimm

Junto a un bosque muy grande vivía un pobre leñador con su mujer y dos hijos; el 
niño se llamaba Hänsel, y la niña, Gretel. Apenas tenían qué comer y llegó un momento en que el hombre ni siquiera podía ganarse el pan de cada día. Estaba el leñador una noche en la cama sin que las preocupaciones le dejaran pegar el ojo; finalmente, dijo, a su mujer:

- ¿Qué va a ser de nosotros? ¿Cómo vamos a alimentar a los pobres pequeños?

- Se me ocurre una cosa -respondió ella-. Mañana, de madrugada, nos llevaremos a los niños a lo más espeso del bosque. Les encenderemos un fuego, les daremos un pedacito de pan y los dejaremos allí. Como no sabrán encontrar el camino de vuelta, nos libraremos de ellos.

- ¡Por Dios, mujer! -replicó el hombre-. Eso no lo hago yo. ¡Cómo voy a abandonar a mis hijos en el bosque! No tardarían en ser destrozados por las fieras.

- ¡No seas necio! -exclamó ella-. ¿Quieres que nos muramos de hambre los cuatro? - Y no cesó de importunarle hasta que el hombre accedió.

- Pero me dan mucha lástima -decía.

Los dos hermanitos, a quienes el hambre mantenía siempre desvelados, oyeron lo que su madrastra aconsejaba a su padre. Gretel, llorando, dijo a Hänsel:

- ¡Ahora sí que estamos perdidos!

- No llores, Gretel -la consoló el niño-, y no te preocupes, que yo encontraré una solución.

A las primeras luces del día la mujer fue a llamar a los niños:

- ¡Vamos, holgazanes, levantaos! Hemos de ir al bosque por leña-. Y dando a cada uno un pedacito de pan, les advirtió:

- Ahí tenéis esto para mediodía, pero no os lo comáis antes, pues no os daré más.

Camino del bosque, Hänsel iba desmigajando el pan en el bolsillo y, deteniéndose de trecho en trecho, dejaba caer miguitas en el suelo.

- Hänsel, ¿por qué te paras a mirar atrás? -preguntóle el padre-. ¡Vamos, no te entretengas!

- Estoy mirando mi palomita, que desde el tejado me dice adiós.

- ¡Bobo! -intervino la mujer-, no es tu palomita, sino el sol de la mañana, que brilla en la chimenea.

Pero Hänsel fue sembrando de migas todo el camino. La madrastra condujo a los niños al interior del bosque, a un lugar en el que nunca había estado. Encendieron una gran hoguera, y la mujer les dijo:

- Quedaos aquí, pequeños, y si os cansáis, echad una siestecita. Nosotros vamos por leña; al atardecer, cuando hayamos terminado, volveremos a recogemos.

A mediodía, Gretel partió su pan con Hänsel, ya que él había esparcido el suyo por el camino. Luego se quedaron dormidos, sin que nadie se presentara a buscar a los pobrecillos; se despertaron cuando era ya de noche oscura.

Hänsel consoló a Gretel diciéndole:

- Espera un poco, hermanita, a que salga la luna; entonces veremos las migas de pan que yo he esparcido, y que nos mostrarán el camino de vuelta.

Cuando salió la luna, se dispusieron a regresar; pero no encontraron ni una sola miga; se las habían comido los mil pajarillos que volaban por el bosque. Dijo Hänsel a Gretel:

- Ya daremos con el camino -pero no lo encontraron.

Anduvieron toda la noche y todo el día siguiente, desde la madrugada hasta el atardecer, sin lograr salir del bosque; tenían hambre, pues no habían comido más que unos pocos frutos silvestres recogidos del suelo. Y como se sentían tan cansados, se echaron al pie de un árbol y se quedaron dormidos.

Y amaneció el día tercero desde que salieron de casa. Reanudaron la marcha, pero cada vez se extraviaban más en el bosque. Si alguien no acudía pronto en su ayuda, estaban condenados a morir de hambre. Pero he aquí que hacia mediodía vieron un hermoso pajarillo, blanco como la nieve, posado en la rama de un árbol; cantaba tan dulcemente, que se detuvieron a escucharlo. Cuando hubo terminado, abrió sus alas y emprendió el vuelo, y ellos lo siguieron, hasta llegar a una casita, en cuyo tejado se posó; y al acercarse vieron que la casita estaba hecha de pan y cubierta de bizcocho, y las ventanas eran de puro azúcar.

- ¡Mira qué bien! -exclamó Hänsel-, aquí podremos sacar el vientre de mal año. Yo comeré un pedacito del tejado; tú, Gretel, puedes probar la ventana, verás cuán dulce es.

Se encaramó el niño al tejado y rompió un trocito para probar a qué sabía, mientras su hermanita mordisqueaba en los cristales. Entonces oyeron una voz suave que procedía del interior:

- ¿Será acaso la ratita la que roe mi casita?- Pero los niños respondieron:

- Es el viento, es el viento que sopla violento.

Y siguieron comiendo sin desconcertarse. Hänsel, que encontraba el tejado sabrosísimo, desgajó un buen pedazo, y Gretel sacó todo un cristal redondo y se sentó en el suelo, comiendo a dos carrillos. Se abrió entonces la puerta bruscamente y salió una mujer viejísima que se apoyaba en una muleta. Los niños se asustaron de tal modo, que soltaron lo que tenían en las manos, pero la vieja, meneando la cabeza, les dijo:

- Hola, pequeñines, ¿quién os ha traído? Entrad y quedaos conmigo, no os haré ningún daño.

Y, cogiéndolos de la mano, los introdujo en la casita, donde había servida una apetitosa comida: leche con bollos azucarados, manzanas y nueces. Después los llevó a dos camitas con ropas blancas, y Hänsel y Gretel se acostaron en ellas, creyéndose en el cielo. La vieja aparentaba ser muy buena y amable, pero, en realidad, era una bruja malvada que acechaba a los niños para cazarlos, y había construido la casita de pan con el único objeto de atraerlos. Cuando uno caía en su poder, lo mataba, lo guisaba y se lo comía; esto era para ella un gran banquete. Las brujas tienen los ojos rojizos y son muy cortas de vista; pero, en cambio, su olfato es muy fino, como el de los animales, por lo que desde muy lejos ventean la presencia de las personas. Cuando sintió que se acercaban Hänsel y Gretel, dijo para sus adentros, con una risotada maligna: «¡Míos son; éstos no se me escapan!». Se levantó muy de mañana, antes de que los niños se despertasen, y, al verlos descansar tan plácidamente, con aquellas mejillitas tan sonrosadas y coloreadas, murmuró entre dientes: «¡Serán un buen bocado!». Y, agarrando a Hänsel con su mano seca, lo llevó a un pequeño establo y lo encerró detrás de una reja. Gritó y protestó el niño con todas sus fuerzas, pero todo fue inútil. Se dirigió entonces a la cama de Gretel y despertó a la pequeña, sacudiéndola rudamente y gritándole:

- Levántate, holgazana, ve a buscar agua y guisa algo bueno para tu hermano; lo tengo en el establo y quiero que engorde. Cuando esté bien cebado, me lo comeré.

Gretel se echó a llorar, pero hubo de cumplir los mandatos de la bruja. Desde entonces a Hänsel le sirvieron comidas exquisitas, mientras Gretel no recibía sino cáscaras de cangrejo. Todas las mañanas bajaba la vieja al establo y decía:

- Hänsel, saca el dedo, que quiero saber si estás gordo.

Pero Hänsel, en vez del dedo, sacaba un huesecito, y la vieja, que tenía la vista muy mala, pensaba que era realmente el dedo del niño, y todo era extrañarse de que no engordara. Cuando, al cabo de cuatro semanas, vio que Hänsel continuaba tan flaco, perdió la paciencia y no quiso aguardar más tiempo:

- Anda, Gretel -dijo a la niña-, a buscar agua, ¡ligera! Esté gordo o flaco tu hermano, mañana me lo comeré.

-. ¡Ojalá nos hubiesen devorado las fieras del bosque; por lo menos habríamos muerto juntos!.- Decía llorando la niña.

- ¡Basta de lloriqueos! -gritó la vieja-; de nada han de servirte.

Por la madrugada, Gretel hubo de salir a llenar de agua el caldero y encender fuego.

- Primero coceremos pan -dijo la bruja-. Ya he calentado el horno y preparado la masa.

Y de un empujón llevó a la pobre niña hasta el horno, de cuya boca salían grandes llamas.

- Entra a ver si está bastante caliente para meter el pan -mandó la vieja.

Su intención era cerrar la puerta del horno cuando la niña estuviese en su interior, asarla y comérsela también. Pero Gretel le adivinó el pensamiento y dijo:

- No sé cómo hay que hacerlo; ¿cómo haré para entrar?

- ¡Habráse visto criatura más tonta! -replicó la bruja-. Bastante grande es la abertura; yo misma podría pasar por ella -y, para demostrárselo, se adelantó y metió la cabeza en la boca del horno.

Entonces Gretel, de un empujón, la precipitó en el interior y, cerrando la puerta de hierro, corrió el cerrojo. La bruja chillaba y chillaba ¡Qué gritos más pavorosos! Pero la niña echó a correr y la malvada hechicera hubo de morir quemada. Corrió Gretel al establo donde estaba encerrado Hänsel y le abrió la puerta.

- ¡Hänsel, estamos salvados; ya está muerta la bruja!

Y como ya nada tenían que temer, recorrieron la casa de la bruja, y en todos los rincones encontraron cajas llenas de perlas y piedras preciosas.

- ¡Más valen éstas que los guijarros! -exclamó Hänsel, llenándose de ellas los bolsillos.

- También yo quiero llevar algo a casa - dijo Gretel y, a su vez, se llenó el delantal de pedrería.

- Vámonos ahora -dijo el niño-; debemos salir de este bosque embrujado.

A unas dos horas de andar llegaron a un gran río.

- No podremos pasarlo -observó Hänsel-, no veo ni puente ni pasarela.

- Ni tampoco hay barquita alguna -añadió Gretel-; pero allí nada un pato blanco, y si se lo pido nos ayudará a pasar el río -. Y gritó: «Patito, buen patito mío Hänsel y Gretel han llegado al río. No hay ningún puente por donde pasar; ¿sobre tu blanca espalda nos quieres llevar?».

Se acercó el patito y el niño se subió en él, invitando a su hermana a hacer lo mismo.

- No -replicó Gretel-, sería muy pesado para el patito; vale más que nos lleve uno tras otro.

Así lo hizo el buen pato, y cuando ya estuvieron en la orilla opuesta y habían caminado otro trecho, el bosque les fue siendo cada vez más familiar, hasta que, al fin, descubrieron a lo lejos la casa de su padre. Echaron a correr, entraron como una tromba y se colgaron del cuello de su padre. El pobre hombre no había tenido una sola hora de reposo desde el día en que abandonara a sus hijos en el bosque; y en cuanto a la madrastra, había muerto. Volcó Gretel su delantal, y todas las perlas y piedras preciosas saltaron por el suelo, mientras Hänsel vaciaba también a puñados sus bolsillos. Se acabaron las penas, y en adelante vivieron los tres felices. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Y después de las brujas vienen las hadas. Comenzaremos con algo de alegría y qué mejor que un vídeo musical de la factoría Disney.

"Fantasía" de Disney (1940) Danza del hada de azúcar (El cascanueces)



Y ahora otro, también de Disney, donde no aparece sólo una hada, sino tres. Ya veréis qué divertido…


La bella durmiente ( hadas discutiendo por el color del vestido )



Después de tanto bailar, lo mejor es volver a leer y lo haremos con otro cuento de los Hermanos Grimm, “La Cenicienta”, pero veréis que en algunas cosas es diferente. Recordad lo que hemos dicho antes sobre que las hadas podían cambiar de aspecto cuando querían y podían convertirse en cualquier cosa.

La Cenicienta
Los hermanos Grimm


Érase una mujer, casada con un hombre muy rico, que enfermó, y, presintiendo su próximo fin, llamó a su única hijita y le dijo: 

- Hija mía, sigue siendo siempre buena y piadosa. Yo velaré por ti desde el cielo y me tendrás siempre a tu lado. 

Y, cerrando los ojos, murió. La muchachita iba todos los días a la tumba de su madre a llorar y siguió siendo buena y piadosa. Al llegar el invierno, la nieve cubrió de un blanco manto la sepultura, y cuando el sol de primavera la hubo derretido, el padre de la niña contrajo nuevo matrimonio.

La segunda mujer llevó a casa dos hijas, de rostro bello y blanca tez, pero negras y malvadas de corazón. Vinieron entonces días muy duros para la pobrecita huérfana. 

-¿Esta estúpida tiene que estar en la sala con nosotras?” decían las recién llegadas. 

- Si quiere comer pan, que se lo gane. ¡Fuera, a la cocina! 

Le quitaron sus hermosos vestidos, le pusieron una blusa vieja y le dieron un par de zuecos para calzado: 

- ¡Mira la orgullosa princesa, qué compuesta! 

Y, burlándose de ella, la llevaron a la cocina. Allí tenía que pasar el día entero ocupada en duros trabajos. Se levantaba de madrugada, iba por agua, encendía el fuego, preparaba la comida, lavaba la ropa. Y, por añadidura, sus hermanastras la sometían a todas las mortificaciones imaginables; se burlaban de ella, le esparcían, entre la ceniza los guisantes y las lentejas para que tuviera que pasarse horas recogiéndolas. A la noche, rendida como estaba de tanto trabajar, en vez de acostarse en una cama tenía que hacerlo en las cenizas del hogar. Y como por este motivo iba siempre polvorienta y sucia, la llamaban Cenicienta.

Un día en que el padre se disponía a ir a la feria, preguntó a sus dos hijastras qué deseaban que les trajese. 

- Hermosos vestidos,- respondió una de ellas. 

- Perlas y piedras preciosas,- dijo la otra. 

- ¿Y tú, Cenicienta,- preguntó,- ¿qué quieres? 

- Padre, corta la primera ramita que toque el sombrero, cuando regreses, y traémela.

Compró el hombre para sus hijastras magníficos vestidos, perlas y piedras preciosas; de vuelta, al atravesar un bosquecillo, un brote de avellano le hizo caer el sombrero, y él lo cortó y se lo llevó consigo. Llegado a casa, dio a sus hijastras lo que habían pedido, y a Cenicienta, el brote de avellano. La muchacha le dio las gracias y se fue con la rama a la tumba de su madre, allí la plantó, regándola con sus lágrimas, y el brote creció, convirtiéndose en un hermoso árbol. Cenicienta iba allí tres veces al día y siempre encontraba un pajarillo blanco posado en una rama; un pajarillo que, cuando la niña le pedía algo, se lo echaba desde arriba. La niña, sorprendida le preguntó:

- ¿Eres acaso el espíritu de madre?

Pero el pajarillo voló sobre una roca y, entre una nube blanca, se transformó en una bella doncella. 

- No, querida, soy tu hada madrina, la que cuida de ti desde que tu madre dejó este mundo. Pero no debes decírselo a nadie. Siempre que me necesites llama a las aves y entre ellas estaré yo.

La niña volvió a casa contenta con su secreto.

Sucedió que el Rey organizó unas fiestas que debían durar tres días y a las que fueron invitadas todas las doncellas bonitas del país, para que el príncipe heredero eligiese entre ellas una esposa. Al enterarse las dos hermanastras que también ellas figuraban en la lista, se pusieron muy contentas. Llamaron a Cenicienta y le dijeron: 

- Péinanos, cepíllanos bien los zapatos y abróchanos las hebillas; vamos a la fiesta de palacio. 

Cenicienta obedeció, aunque llorando, pues también ella hubiera querido ir al baile, y, así, rogó a su madrastra que se lo permitiese. 

- ¿Tú, la Cenicienta, cubierta de polvo y porquería, pretendes ir a la fiesta? No tienes vestido ni zapatos, ¿y quieres bailar? 

Pero al insistir la muchacha en sus súplicas, la mujer le dijo, finalmente: 

- Te he echado un plato de lentejas en la ceniza, si las recoges en dos horas, te dejaré ir. 

La muchachita, saliendo por la puerta trasera, se fue al jardín y exclamó: 

- ¡Palomitas mansas, tortolillas y avecillas todas del cielo, vengan a ayudarme a recoger lentejas!: Las buenas, en el pucherito; las malas, en el buchecito.

Y acudieron a la ventana de la cocina dos palomitas blancas, luego las tortolillas y, finalmente, bulliciosas y presurosas, todas las avecillas del cielo y se posaron en la ceniza. Y las palomitas, bajando las cabecitas, empezaron: pic, pic, pic, pic; y luego todas las demás las imitaron: pic, pic, pic, pic, y en un santiamén todos los granos buenos estuvieron en la fuente. No había transcurrido ni una hora cuando, terminado el trabajo, echaron a volar y desaparecieron. La muchacha llevó la fuente a su madrastra, contenta porque creía que la permitirían ir a la fiesta, pero la vieja le dijo: 

- No, Cenicienta, no tienes vestidos y no puedes bailar. Todos se burlarían de ti. 

Y como la pobre rompiera a llorar: 

- Si en una hora eres capaz de limpiar dos fuentes llenas de lentejas que echaré en la ceniza, te permitiré que vayas. 

Y pensaba: 

- Jamás podrá hacerlo.

Pero cuando las lentejas estuvieron en la ceniza, la doncella salió al jardín por la puerta trasera y gritó: 

- ¡Palomitas mansas, tortolillas y avecillas todas del cielo, vengan a ayudarme a limpiar lentejas!: Las buenas, en el pucherito; las malas, en el buchecito.

Y enseguida acudieron a la ventana de la cocina dos palomitas blancas y luego las tortolillas, y, finalmente, bulliciosas y presurosas, todas las avecillas del cielo y se posaron en la ceniza. Y las palomitas, bajando las cabecitas, empezaron: pic, pic, pic, pic; y luego todas las demás las imitaron: pic, pic, pic, pic, echando todos los granos buenos en las fuentes. No había transcurrido aún media hora cuando, terminada ya su tarea, emprendieron todas el vuelo. La muchacha llevó las fuentes a su madrastra, pensando que aquella vez le permitiría ir a la fiesta. Pero la mujer le dijo: 

- Todo es inútil; no vendrás, pues no tienes vestidos ni sabes bailar. Serías nuestra vergüenza.

Y, volviéndole la espalda, partió apresuradamente con sus dos orgullosas hijas.
No habiendo ya nadie en casa, Cenicienta se encaminó a la tumba de su madre, bajo el avellano, y suplicó: 

- ¡Arbolito, sacude tus ramas frondosas, y échame oro y plata y más cosas!

Y he aquí que el pájaro, que como sabéis era su hada disfrazada, le echó un vestido bordado en plata y oro y unas zapatillas con adornos de seda y plata. Se vistió a toda prisa y corrió a palacio, donde su madrastra y hermanastras no la reconocieron, y, al verla tan ricamente ataviada, la tomaron por una princesa extranjera. Ni por un momento se les ocurrió pensar en Cenicienta, a quien creían en su cocina, sucia y buscando lentejas en la ceniza. El príncipe salió a recibirla y, tomándola de la mano, bailó con ella. Y es el caso que no quiso bailar con ninguna otra ni la soltó de la mano, y cada vez que se acercaba otra muchacha a invitarlo, se negaba diciendo: 

- Ésta es mi pareja.

Al anochecer, Cenicienta quiso volver a su casa, y el príncipe le dijo: 

- Te acompañaré,- deseoso de saber de dónde era la bella muchacha. Pero ella se le escapó y se encaramó de un salto al palomar. 

El príncipe aguardó a que llegase su padre, y le dijo que la doncella forastera se había escondido en el palomar. Entonces pensó el viejo: ¿Será la Cenicienta? Y, pidiendo que le trajesen un hacha y un pico, se puso a derribar el palomar. Pero en su interior no había nadie. Y cuando todos llegaron a casa, encontraron a Cenicienta entre la ceniza, cubierta con sus sucias ropas, mientras un candil de aceite ardía en la chimenea; pues la muchacha se había dado buena maña en saltar por detrás del palomar y correr hasta el avellano; allí se quitó sus hermosos vestidos y los depositó sobre la tumba, donde el pajarillo se encargó de recogerlos. Y enseguida se volvió a la cocina, vestida con su sucia batita.

Al día siguiente, a la hora de volver a empezar la fiesta, cuando los padres y las hermanastras se hubieron marchado, la muchacha se dirigió al avellano y le dijo: 

“¡Arbolito, sacude tus ramas frondosas, y échame oro y plata y, más cosas!

El pajarillo le envió un vestido mucho más espléndido aún que el de la víspera y, al presentarse ella en palacio tan magníficamente ataviada, todos los presentes se pasmaron ante su belleza. El hijo del Rey, que la había estado aguardando, la tomó inmediatamente de la mano y sólo bailó con ella. A las demás que fueron a solicitarlo, les respondía: 

- Ésta es mi pareja.

Al anochecer, cuando la muchacha quiso retirarse, el príncipe la siguió, para ver a qué casa se dirigía; pero ella desapareció de un brinco en el jardín de detrás de la suya. Crecía en él un grande y hermoso peral del que colgaban peras magníficas. Se subió ella a la copa con la ligereza de una ardilla, saltando entre las ramas, y el príncipe la perdió de vista. El joven aguardó la llegada del padre, y le dijo: 

- La joven forastera se me ha escapado; creo que se subió al peral. 

Pensó el padre: ¿Será la Cenicienta? Y, tomando un hacha, derribó el árbol, pero nadie apareció en la copa. Y cuando entraron en la cocina, allí estaba Cenicienta entre las cenizas, como tenía por costumbre, pues había saltado al suelo por el lado opuesto del árbol, y, después de devolver los hermosos vestidos al pájaro del avellano, volvió a ponerse su batita gris.

El tercer día, en cuanto se hubieron marchado los demás, volvió Cenicienta a la tumba de su madre y suplicó al arbolillo: 

- ¡Arbolito, sacude tus ramas frondosas, y échame oro y plata y más cosas!

Y el pájaro le echó un vestido soberbio y brillante como jamás se viera otro en el mundo, con unos zapatitos de oro puro. Cuando se presentó a la fiesta, todos los concurrentes se quedaron boquiabiertos de admiración. El hijo del Rey bailó exclusivamente con ella, y a todas las que iban a solicitarlo les respondía: 

- Ésta es mi pareja.

Al anochecer se despidió Cenicienta. El hijo del Rey quiso acompañarla, pero ella se escapó con tanta rapidez, que su admirador no pudo darle alcance. Pero esta vez recurrió a una trampa: mandó embadurnar con pez las escaleras de palacio, por lo cual, al saltar la muchacha los peldaños, se le quedó la zapatilla izquierda adherida a uno de ellos. Recogió el príncipe la zapatilla, y observó que era diminuta, graciosa, y toda ella de oro. A la mañana siguiente se presentó en casa del hombre y le dijo: 

- Mi esposa será aquella cuyo pie se ajuste a este zapato.

Las dos hermanastras se alegraron, pues ambas tenían los pies muy lindos. La mayor fue a su cuarto para probarse la zapatilla, acompañada de su madre. Pero no había modo de introducir el dedo gordo; y al ver que la zapatilla era demasiado pequeña, la madre, alargándole un cuchillo, le dijo: 

- ¡Córtate el dedo! Cuando seas reina, no tendrás necesidad de andar a pie.

Lo hizo así la muchacha; forzó el pie en el zapato y, reprimiendo el dolor, se presentó al príncipe. Él la hizo montar en su caballo y se marchó con ella. Pero hubieron de pasar por delante de la tumba, la palomita que estaba posada en el avellano grito: 

- Ruke di guk, ruke di guk; sangre hay en el zapato. El zapato no le va, La novia verdadera en casa está.

Miró el príncipe el pie y vio que de él fluía sangre. Hizo dar media vuelta al caballo y devolvió la muchacha a su madre, diciendo que no era aquella la que buscaba y que la otra hermana tenía que probarse el zapato. Subió ésta a su habitación y, aunque los dedos le entraron holgadamente, en cambio no había manera de meter el talón. Le dijo la madre, alargándole un cuchillo: 

- Córtate un pedazo del talón. Cuando seas reina no tendrás necesidad de andar a pie.

Cortóse la muchacha un trozo del talón, metió a la fuerza el pie en el zapato y, reprimiendo el dolor, se presentó al hijo del Rey. Montó éste en su caballo y se marchó con ella. Pero al pasar por delante del avellano, la palomita posada en una de sus ramas grito:

- Ruke di guk, ruke di guk; sangre hay en el zapato. El zapato no le va, La novia verdadera en casa está.

Miró el príncipe el pie de la muchacha y vio que la sangre manaba del zapato y había enrojecido la blanca media. Volvió grupas y llevó a su casa a la falsa novia. 

- Tampoco es ésta la verdadera,- dijo.- ¿No tienen otra hija? 

- No,- respondió el hombre.- Sólo de mi esposa difunta queda una Cenicienta pringosa; pero es imposible que sea la novia.

Mandó el príncipe que la llamasen; pero la madrastra replicó: 

- ¡Oh, no! ¡Va demasiado sucia! No me atrevo a presentarla.

Pero como el hijo del Rey insistiera, no hubo más remedio que llamar a Cenicienta. Ella se lavó primero las manos y la cara y, entrando en la habitación, saludó al príncipe con una reverencia, y él tendió el zapato de oro. Se sentó la muchacha en un escalón, se quitó el pesado zueco y se calzó la chinela: le venía como pintada. Y cuando, al levantarse, el príncipe le miró el rostro, reconoció en el acto a la hermosa doncella que había bailado con él, y exclamó: 

- ¡Ésta sí que es mi verdadera novia!

La madrastra y sus dos hijas palidecieron de rabia; pero el príncipe ayudó a Cenicienta a montar a caballo y marchó con ella. Y al pasar por delante del avellano, gritaron la palomita blanca: 

- Ruke di guk, ruke di guk; no tiene sangre el zapato. Y pequeño no le está; Es la novia verdadera con la que va.

Y, dicho esto, bajo volando y se poso en un hombro de Cenicienta.

Al llegar el día de la boda, se presentaron las traidoras hermanas, muy zalameras, deseosas de congraciarse con Cenicienta y participar de su dicha. Pero al encaminarse el cortejo a la iglesia, yendo la mayor a la derecha de la novia y la menor a su izquierda, la paloma, gritó:

- Ruke di guk, ruke di guk; este camino no está limpio. Y estas dos son las criadas. Dadles escobas y barrerán.

Y sin saber como, aparecieron sendas escobas en sus manos y no podían parar de barrer delante de Cenicienta y su príncipe entre las risas de la gente.

Cuenta Cuentos: Las Hadas Bailarinas.


Y como ya hemos acabado, el bueno de Merlín nos va a echar una mano para recoger todo. Espero que os haya gustado mi sesión de cuentos. Un besito y hasta pronto.

Higitus Figitus (LA Spanish FanDub) HD



Participación


Vale, amigos, ahora os toca a vosotros. Os pido que me enviéis vuestros cuentos de hadas, de brujas, o las dos juntas… No hace falta que sean largos. Yo los colocaré en esta página y los podréis mostrar a vuestros amigos, o familiares, o a quien sea, da igual donde viva, porque Internet llega a todo el mundo. ¡Os espero!



Javier Juan Torrejón ha escrito:
12 de abril 2011


Érase una vez dos hermanos que vivían en un reino en el cual los pajarillos cantaban, las vacas pastaban y la gente del pueblo se llevaban muy bien, ellos se llamaban Poli (el mayor) y Ángel (el pequeño), eran inseparables. Poli era fuerte y rápido, pero tenía un valor que no todo el mundo tiene, el valor. Ángel era listo y ágil, pero también era tímido. Pero lo que de verdad los caracterizaba a estos dos jóvenes eran que tenían poderes, sí, Poli podía hacerse invisible cuando quisiera y todo lo que tocaba también lo hacía invisible, mientras que Ángel tenía el poder de hacerse duro como el acero o tan inestable que podía atravesar las paredes, pero esos poderes los mantenían en secreto porque sino les podían pasar cosas malas.



En ese pueblo no todo iba bien...había una malvada bruja la cual sabía muchos hechizos y no dudaba en utilizarlos cuando quería algo. Tenía atemorizado al pueblo entero ya que si quería algo lo conseguía como fuera, aunque tuviera que matar...Ella capturaba niños con poderes, se los robaba a sus padres y se los quedaba ella, así crearía un ejercito de niños con poderes. Pero ella no sabia que Poli y Ángel tenían poderes, por eso debían mantenerlo en secreto si no querían ser cazados. Una día el padre de los dos hermanos los vio usando sus poderes y a él no les gustaban, así que los echó de casa, tuvieron que marcharse a la calle, estuvieron viviendo meses como pudieron pero la bruja los vio usando los poderes e intentó cazarlos, pero ellos escaparon, estuvieron años escondidos, pero la bruja capturó a Ángel que estuvo 8 años con ella hasta que se escapó para matar a su hermano por abandonarle pero no pudo, porque vio que cambió mucho y no era el mismo que antes.
Al final la bruja empieza una búsqueda y captura de los dos hermanos, entonces se alían y montan una batalla contra la bruja y sus niños, tras horas de batalla y días de búsqueda los niños de la bruja se revelan contra ella entonces atacan todos a la vez y la matan...
Desde ese momento reina la paz en ese pueblo y los niños pueden jugar en paz sin tener miedo a ser utilizados.

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