EL DIARIO DE ANA: Los nuestros, por Ana L.C.

Foto de Héctor García (Atardecer en Castellnovo)

“¿Qué ocurre cuando nos morimos, tía?... ¿A dónde vamos?...” Mi sobrina Laura tiene diez años, sólo diez… “No lo sé, cariño… No creo que nadie lo sepa…” “Pero Anita ya no está… bueno, está dentro de esa caja y la van a llevar al cementerio… ¿No tendrá miedo ella sola allí?…” Anita era su hermana gemela, mi ahijada, por la que yo lloré por primera vez desde que era niña y esto me lo preguntaba Laura el día de su entierro… y yo no tenía respuestas… “No creo que Anita esté dentro de esa caja, ni que esté sola en el cementerio…” “Entonces, ¿dónde ha ido?...” “No lo sé, cariño, no lo sé?...”

“La mort és així, filla meva, cruel i capritxosa ... Ja veus la falta que faig jo, vella i xacrosa, i no obstant això es porta a la nostra nena, amb tota la vida per davant...” Para mi abuela fue un duro golpe del que ya no volvió a ser como antes. "Com vaig a creure en Déu si és capaç de fer aquestes coses?, Digues-me, com ?..." Mi madre, a su lado, sólo movía la cabeza y no decía nada, y mi padre, una vez acabado el entierro, se fue al bar de costumbre donde lo encontramos cinco horas después con la mirada perdida en el vaso de whisky que no había llegado a tocar. “No ha bebido ni un trago.” Nos dijo Rafael, el camarero, cuando le ayudamos a levantarse del taburete tambaleándose. “Parece que se haya emborrachado simplemente con mirarlo…”

El silencio de mi hermano hacía más ruido que todas las conversaciones juntas. Sólo iba del balcón al fondo del salón y desde allí volvía al balcón… y ni una palabra… el único sonido que emitía era el de sus pisadas…

A mi cuñada le dieron un calmante y la metieron en la cama… pero no se durmió porque de su habitación surgían profundos suspiros entrecortados por un gimoteo sordo, apagado, como sin fuerzas… Pero de pronto, creímos escuchar un susurro como de conversación y nos alteramos un poco. Mi hermano detuvo su trasiego de pasos y prestó atención: “¿Está hablando sola?” – Preguntó atónito… Mi tía Fina aplicó su oído bastante ducho en esas lides. "Això sembla."– Respondió y se dirigió hacia el pasillo bastante decidida, como es ella, pero al llegar a la puerta ahogó un grito y cayó de rodillas santiguándose repetidamente: "Mare meva, mare meva !"...

Un dedo gélido recorrió mi espalda y me incorporé como un resorte, saliendo disparada hacia ella. Mi cuñada estaba sentada al borde de la cama con una sonrisa beatífica en sus labios, acariciando con sus manos una melena imaginaria en el vacío de la habitación. “¡Mirad, Anita ha venido a despedirse!”

Foto de Ancrugon (Atardecer en Castellnovo)

Varios días después, paseando mi abuela, Laurita y yo por los caminos del pueblo, justo cuando el sol sacaba lo mejor de sí mismo y coloreaba con matices imposibles el horizonte, pregunto mi sobrina: "Yaya, tu creus en els fantasmes?” “¿Por qué preguntas eso?” – Inquirí. "Perquè jo veig cada nit a Anita." “¿Pero despierta o en sueños?” – Pregunté. "No ho sé ... però la veig i em somriu i sé que està bé ..." – Respondió la niña con una tranquilidad pasmosa. "Això és el que importa ... res més ... que tu pensis que la teva germana està bé i que la recordis tal com era ... i que la segueixis estimant perquè ella estarà viva mentre nosaltres la recordem ..." – Dijo mi abuela con voz emocionada. "En realitat sí que creus en els fantasmes ..., no ?..." – Repitió Laurita. "És clar que crec en els fantasmes." Respondió la abuela. "La vida de qualsevol persona està plena d'ells: quan has fet mal a algú, quan algú t'ha estimat i tu no li has correspost, havent oblidat d'un amic sense més, quan no has ajudat a una persona que et necessitava ... Tots són fantasmes que t'acompanyen durant tota la vida i que al final aprens a conviure amb ells i arriben a formar part de la teva forma de ser ... tots tenim els nostres fantasmes, oi Ana?..." Esto me sorprendió. ¿Por qué me hacía aquella pregunta?... ¿Tanto me conoce mi abuela?... ¿Tan transparente soy?...

Volviendo a casa el ocaso llegó a su máximo esplendor y entre las nubes púrpura se escapaban rayos de la visión divina de los antiguos catecismos. El aire estaba plagado de perfumes y sin motivo alguno sentí algo placentero dentro de mí. Miré a mi alrededor y los vi. Allí estaban, agazapados en cada sombra, tras de cada mata, junto a cada árbol, incluso sobre la nubes…, pero, sobre todo, dentro de mí. Eran mis fantasmas, los que comparten mis miedos y mis miserias, mis alegrías y mis triunfos… los que me han hecho tal como soy…

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