LOS CLÁSICOS DIVERTIDOS: Molinos de viento, de Cervantes, por Ancrugon
La realidad también
está compuesta de diferentes trozos de espejismos, sin ellos, el abrumador peso
de la verdad aplastaría nuestra miserable existencia y entonces nos daríamos
cuenta de cuan insignificantes somos y qué poco valor tiene todo lo que nos
rodea… seguir viviendo así, carecería de sentido. Por ello, los engaños, las
quimeras, las ilusiones o los sueños, da lo mismo como queráis llamarlos, hacen
de nuestro paso por este viejo planeta algo llevadero, incluso divertido, más
aún, a veces también llegamos a pensar que hemos nacido para alguna causa y que
todo lo que hacemos, o por lo menos parte de ello, es esencial y perdurará por
los siglos de los siglos…
Nuestros clásicos
tenían una gran inquietud por alcanzar la eternidad, tal vez porque la vida les
sabía a poco y necesitaban mucho más tiempo para poder digerirla…
Lamentablemente, hoy, vivimos con más rapidez… Y esa plenitud, esa ansiedad, la
reflejaban en sus escritos y en sus personajes y no hay mejor ejemplo para lo
que digo que Don Quijote de La Mancha.
El viejo hidalgo, que
si no eterno, durará mientras exista la raza humana, luchaba contra el monstruo
de la realidad, perseguía la abulia de los momentos repetidos, la relajación de
saberse sin esperanza, el dejarse llevar por la corriente del río devorador del
ser como todos… Y sus armas no eran otras que aquellas que le daban la
fantasía, ese mundo donde todo es posible y donde nunca, nunca, se duerme porque
no hace falta para soñar.
Y en esa dualidad
antagónica que es toda esta novela entre la verdad y la ilusión, se debatían
los dos personajes, Quijote y Sancho, como navegando sobre una escuálida balsa abandonada
en un océano bravío, luchando a brazo partido el desvarío contra la razón, las
visiones contra la ceguera, la utopía contra el desencanto… Y entre ambos, en
plena simbiosis de personalidades, descubrieron qué es la realidad y nos
hicieron darnos cuenta de que nuestras propias vidas están compuestas de lo que
queremos y lo que tenemos, lo que soñamos y lo que rechazamos, lo que debería
ser y lo que es, lo que amamos y lo que odiamos…
Molinos de viento se
cruzan constantemente en nuestro camino, pero nosotros sólo vemos piedras donde
hay gigantes… porque vamos en pos de otros espejismos que pueden llegar a
devorarnos…
EL
INGENIOSO HIDALGO DE DON QUIJOTE DE LA MANCHA,
de
MIGUEL DE CERVANTES.
Capítulo octavo (fragmento)
Del buen suceso que el valeroso Don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento.
En esto, descubrieron treinta o
cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo; y, así como don Quijote los
vio, dijo a su escudero:
–La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear, porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta, o pocos más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que ésta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.
–La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear, porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta, o pocos más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que ésta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.
–¿Qué gigantes? –dijo Sancho
Panza.
–Aquellos que allí ves –respondió
su amo– de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.
–Mire vuestra merced –respondió
Sancho– que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de
viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del
viento, hacen andar la piedra del molino.
–Bien parece –respondió don
Quijote– que no estás cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y
si tienes miedo, quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a
entrar con ellos en fiera y desigual batalla.
Y, diciendo esto, dio de espuelas
a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba,
advirtiéndole que, sin duda alguna, eran molinos de viento, y no gigantes,
aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que
ni oía las voces de su escudero Sancho ni echaba de ver, aunque estaba ya bien
cerca, lo que eran; antes, iba diciendo en voces altas:
–Non fuyades, cobardes y viles
criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.
Levantóse en esto un poco de
viento y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por don Quijote,
dijo:
–Pues, aunque mováis más brazos
que los del gigante Briareo, me lo habéis de pagar. Y, en diciendo esto, y
encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal
trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre, arremetió
a todo el galope de Rocinante y embistió con el primero molino que estaba
delante; y, dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia
que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que
fue rodando muy maltrecho por el campo.
Acudió Sancho Panza a socorrerle, a todo el correr de su asno, y cuando llegó halló que no se podía menear: tal fue el golpe que dio con él Rocinante.
Acudió Sancho Panza a socorrerle, a todo el correr de su asno, y cuando llegó halló que no se podía menear: tal fue el golpe que dio con él Rocinante.
–¡Válame Dios! –dijo Sancho–. ¿No
le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino
molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la
cabeza?
–Calla, amigo Sancho –respondió
don Quijote–, que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a
continua mudanza; cuanto más, que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio
Frestón que me robó el aposento y los libros ha vuelto estos gigantes en
molinos por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me
tiene; mas, al cabo al cabo, han de poder poco sus malas artes contra la bondad
de mi espada.
–Dios lo haga como puede –respondió Sancho Panza.
Y, ayudándole a levantar, tornó a subir sobre Rocinante, que medio despaldado estaba. Y, hablando en la pasada aventura, siguieron el camino del Puerto Lápice, porque allí decía don Quijote que no era posible dejar de hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy pasajero; sino que iba muy pesaroso por haberle faltado la lanza; y, diciéndoselo a su escudero, le dijo:
–Dios lo haga como puede –respondió Sancho Panza.
Y, ayudándole a levantar, tornó a subir sobre Rocinante, que medio despaldado estaba. Y, hablando en la pasada aventura, siguieron el camino del Puerto Lápice, porque allí decía don Quijote que no era posible dejar de hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy pasajero; sino que iba muy pesaroso por haberle faltado la lanza; y, diciéndoselo a su escudero, le dijo:
–Yo me acuerdo haber leído que un
caballero español, llamado Diego Pérez de Vargas, habiéndosele en una batalla
roto la espada, desgajó de una encina un pesado ramo o tronco, y con él hizo
tales cosas aquel día, y machacó tantos moros, que le quedó por sobrenombre
Machuca, y así él como sus descendientes se llamaron, desde aquel día en
adelante, Vargas y Machuca. Hete dicho esto, porque de la primera encina o
roble que se me depare pienso
desgajar otro tronco tal y tan bueno como aquél, que me imagino y pienso hacer con él tales hazañas, que tú te tengas por bien afortunado de haber merecido venir a vellas y a ser testigo de cosas que apenas podrán ser creídas.
desgajar otro tronco tal y tan bueno como aquél, que me imagino y pienso hacer con él tales hazañas, que tú te tengas por bien afortunado de haber merecido venir a vellas y a ser testigo de cosas que apenas podrán ser creídas.
–A la mano de Dios –dijo Sancho–;
yo lo creo todo así como vuestra merced lo dice; pero enderécese un poco, que
parece que va de medio lado, y debe de ser del molimiento de la caída.
–Así es la verdad –respondió don
Quijote–; y si no me quejo del dolor, es porque no es dado a los caballeros
andantes quejarse de herida alguna, aunque se le salgan las tripas por ella.
–Si eso es así, no tengo yo qué
replicar –respondió Sancho–, pero sabe Dios si yo me holgara que vuestra merced
se quejara cuando alguna cosa le doliera. De mí sé decir que me he de quejar
del más pequeño dolor que tenga, si ya no se entiende también con los escuderos
delos caballeros andantes eso del no quejarse.
No se dejó de reír don Quijote de
la simplicidad de su escudero; y así, le declaró que podía muy bien quejarse,
como y cuando quisiese, sin gana o con ella; que hasta entonces no había leído
cosa en contrario en la orden de caballería. Díjole Sancho que mirase que era
hora de comer. Respondióle su amo que por entonces no le hacía menester; que
comiese él cuando se le antojase. Con esta licencia, se acomodó Sancho lo mejor
que pudo sobre su jumento, y, sacando de las alforjas lo que en ellas había
puesto, iba caminando y comiendo detrás de su amo muy de su espacio, y de
cuando en cuando empinaba la bota, con tanto gusto, que le pudiera envidiar el
más regalado bodegonero de Málaga. Y, en tanto que él iba de aquella manera menudeando
tragos, no se le acordaba de ninguna promesa que su amo le hubiese hecho, ni
tenía por ningún trabajo, sino por mucho descanso, andar buscando las
aventuras, por peligrosas que fuesen.
En resolución, aquella noche la
pasaron entre unos árboles, y del uno dellos desgajó don Quijote un ramo seco
que casi le podía servir de lanza, y puso en él el hierro que quitó de la que
se le había quebrado. Toda aquella noche no durmió don Quijote, pensando en su
señora Dulcinea, por acomodarse a lo que había leído en sus libros, cuando los
caballeros pasaban sin dormir muchas noches en las florestas y despoblados,
entretenidos con las memorias de sus señoras. No la pasó ansí Sancho Panza,
que, como tenía el estómago lleno, y no de agua de chicoria, de un sueño se la
llevó toda; y no fueran parte para despertarle, si su amo no lo llamara, los
rayos del sol, que le daban en el rostro, ni el canto de las aves, que, muchas
y muy regocijadamente, la venida del nuevo día saludaban. Al levantarse dio un
tiento a la bota, y hallóla algo más flaca que la noche antes; y afligiósele el
corazón, por parecerle que no llevaban camino de remediar tan presto su falta.
No quiso desayunarse don Quijote, porque, como está dicho, dio en sustentarse
de sabrosas memorias. Tornaron a su comenzado camino del Puerto Lápice, y a
obra de las tres del día le descubrieron.
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