EL PERFIL DEL PENTAGRAMA: John Williams, por Eva Sion


¡Hola! Mi nombre es Eva y mi apellido no es Sion, aunque me gusta juntarlos para que produzca algo que siempre busco… Mi profesión coincide con mi pasión, lo cual a veces es una suerte, pero otras es algo triste, sobre todo cuando me aburro o me canso… Pero creo que soy una mujer feliz y no me complico tanto la vida como mi querida amiga Ana, ya sabéis, la del diario. Me propusieron escribir sobre lo mío y yo accedí, porque, a fin de cuentas, podré utilizar mucho del material que he acumulado en mis apuntes y, por lo menos, servirá para algo… No, no es broma… Pero lo más importante es que no me van a obligar a comentar sobre esto o aquello, sino que me han dado toda la libertad del mundo… Je, je, je… No saben lo que han hecho…

Para comenzar, no tenía ni la más remota idea de qué hablar, suele ocurrir cuando te crees que lo tienes todo controlado y que sabes de todo… Pues ya veis… Sin embargo, cuando Ancrugon colgó el artículo sobre Las cenizas de Ángela, se me iluminó la bombillita en mi cabeza: “Voy a escribir sobre John Williams”. ¿Por qué?... Muy sencillo. No se estudiará en los libros al nivel de Beethoven o Mozart, tal vez, no será reconocido actualmente como uno de los grandes entre los clásicos, principalmente porque todavía está vivo, pero es un artista prolífico y trabajador incansable que lucha por alcanzar su propio estilo y, algo muy importante, seguro que en vida ha ganado mucho más dinero que entre los dos clásicos antes mencionados juntos… Y eso me interesa…

John Williams es uno de los compositores y directores más populares y exitosos de Norteamérica y, como siempre ocurre en estos casos, tiene su corte de detractores y la opuesta de admiradores, pero lo que nadie discute es que ha sido uno de los más laureados en la historia de la música para el cine, pues cuenta entre sus muchos premios con cinco Oscar, 17 Grammys, tres Globos de Oro, dos Emmys y cinco Premios BAFTA de la Academia Británica de Cine y Televisión. Aunque es un gran compositor de obras para concierto y un afamado director de orquesta, es popularmente conocido por sus bandas sonoras para películas.


John Williams nació en Nueva York y se mudó a Los Angeles con su familia en 1948. Allí asistió a UCLA y estudió composición en privado con Mario Castelnuovo-Tedesco. Después de su servicio militar en las Fuerzas Aéreas, donde trabajó componiendo y arreglando marchas militares. Regresó a Nueva York para asistir a la Juilliard School, donde estudió piano con Madame Rosina Lhevinne. También trabajó como pianista de jazz, tanto en clubes como colaborando en grabaciones con varios grupos. Más tarde regresó a Los Ángeles, donde comenzó su carrera en la industria del cine, trabajando con compositores como Bernard Herrmann, Alfred Newman y Franz Waxman. Allí se dedicó a escribir música para programas de televisión en la década de 1960, ganando dos premios Emmy por su trabajo.

En enero de 1980, fue nombrado director de la Boston Pops Orchestra. De la que actualmente es Director Laureado, después de su retiro en diciembre de 1993, y también ostenta el título de Artista en Residencia en Tanglewood.

Aunque en muchas ocasiones se confundan sus caminos, podemos distinguir dos Williams si seguimos sus obras. Por un lado el compositor de bandas sonoras para el cine y la televisión y, por otro, el compositor de conciertos, sinfonías y otros trabajos orquestales.

En el primer apartado, el Williams de la pantalla, el más conocido y popular, el de los éxitos clamorosos y del cual poca gente no conocerá alguna canción o melodía, y al que ha dedicado más tiempo pues ha compuesto más de un centenar de bandas sonoras… que se dice pronto…

En sus primeros trabajos como orquestador lo hizo bajo las órdenes de famosos compositores como Bernard Hermann, Miklós Rózsa, Alfred Newman o Franz Waxman, entre otros, y trabajó como pianista en bandas sonoras de Henry Mancini, Elmer Bernstein y Jerry Goldsmith. Su primera banda sonora data de 1958 y fue para la película “Daddy-O”, ésta y las siguientes fueron comedias con poca calidad, pero que le sirvieron para abrirse un hueco entre los compositores de Hollywood. Su primera nominación al Óscar llegó con “Valley of the Dolls”, de 1967, pero no lo ganó, por primera vez, hasta 1971, con la música de “El violinista en el tejado”, de la que hemos utilizado un corte como cabecera de este artículo. En 1972 tiene un gran éxito con “La aventura del Poseidón”, lo que le encasilla en el género del cine catastrófico. Dos años después, en 1974, debuta otro de los grandes del cine, Steven Spielberg, quien le encarga la música de su primera película como director, “The Sugarland Express”, este fue el inicio de una buena relación que trajo trabajos tan interesantes como los de “Tiburón”, por la que Williams obtuvo su segundo Óscar, “Encuentros en la tercera fase”, “1941”, y tras un paréntesis en el que dedicó su tiempo a otros directores, como George Lucas y su trilogía de “Star Wars”, volvió a colaborar con Spielberg en títulos como “Raiders of the Lost Ark de 1981, en la que aparece su famosa “Raiders March” que todo el mundo asocia con facilidad a Indiana Jones, y por la que le volvieron a nominar de nuevo al Óscar. Después siguieron “E.T. el extraterrestre” de 1982, donde sí ganó la estatuilla, “El imperio del Sol” “Jurassic Park”, “Salving Private Ryan”, “Munich”, “Memorias de una geisha”, la reciente “Las aventuras de Tintín: el secreto del unicornio” que se ha estrenado este mismo mes de octubre de 2011, y “La lista de Schindler”, con la que logró su último Óscar y de la que escuchamos el tema central interpretado por la violinista húngara Katica Illenyi.

Para su colaboración con George Lucas, Williams utilizó la Orquesta Sinfónica de Londres emulando al compositor austriaco Richard Strauss y buscó inspiración en compositores como Erich Wofgang Korngold y Mas Steiner. Con esta banda sonora, la de “Star Wars” consiguió su tercer Óscar y llegó a ocupar el número uno en ventas en América y Europa. Luego le siguieron las dos siguientes partes de la trilogía: “El Imperio contraataca” y “El retorno del Jedi”. Durante este periodo también trabajó en películas tan famosas como “Superman” o “Tiburón 2”.

Posteriormente, Williams trabajó en las bandas sonoras de las tres primeras películas de la saga de “Harry Potter”, pero ya no en la cuarta por causa del mucho trabajo que tenía pendiente para otros films como los ya nombrados “Múnich”, “Memorias de una geisha”, “Star Wars Episodio III” y otras como “ La Venganza de los Sith”, “Inteligencia artificial” y “La guerra de los mundos”.

El estilo John Williams está influenciado por el romanticismo alemán: Wagner, Steiner, Wolfgang Korngold, empleando varios recursos de ellos, como el leitmotiv, y apoyándose a veces en sus propias composiciones para escribir sus propias obras, por lo que se le puede catalogar, si hay necesidad de ello, como neorromántico, pero su obra es tan amplia y variada que seguramente nos quedaremos bastante cortos a la hora de definirlo.

Fuera del cine y la televisión, ha escrito más de cincuenta obras y es donde él, según sus propias palabras, se encuentra más libre y puede ser más creativo. Su primera composición data de 1965, pero desde entonces ha ido trabajando y perfeccionando su estilo y ha logrado obras de bastante calidad. Como es imposible presentar todas en este espacio, me referiré a unas pocas que me agradan especialmente:

Concierto para chelo y orquesta (1994), estrenado el 7 de julio del mismo año por Yo-Yo Ma, para quien fue compuesto y la Orquesta Sinfónica de Boston, bajo la dirección del mismo John Williams.

Este concierto le fue sugerido por Seiji Ozawa pensando en el músico Yo- Yo Ma como intérprete. El proyecto se llevó a cabo bajo la batuta del mismo Williams y con la Sinfónica de Bostón y en su estreno se aprovechó la reapertura del Ozawa Hall en Tanglewood, Massachusetts, durante el verano de 1994.

Aquí podemos disfrutar del primer movimiento, “Tema y Cadenza”, donde después de una apertura a cargo de los instrumentos de viento, aparece el violonchelo como voz principal pasando la orquesta a un papel de acompañamiento, aunque, de vez en cuando se repita el inicio.

Concierto para flauta y orquesta (1969), estrenado en 1981 por la Orquesta Sinfónica de Saint Louis bajo la dirección de Leonard Slatkin, donde podemos observar a un Williams más vanguardista y personal, aunque todavía con reminiscencias cinematográficas.


Y para concluír, el Concierto para trompeta y orquesta de 1996, aunque en este movimiento sólo aparecen la trompeta y un piano, por estar grabado en una sesión de un concurso musical…


Y con esto termino. Ya sé que me he dejado muchísimas cosas buenas en el cajón, pero no era cuestión de hacerme pesada, aunque gustosamente admitiré consejos, críticas y sugerencias para próximas ocasiones o, incluso, para ampliar el artículo presente. En conclusión, John Williams es uno de esos raros especímenes que, muy de vez en cuando, aparecen sobre el planeta y, a pesar de no todo el mundo compartirá mis gustos ni mis tendencias, pienso que nos ayudan a creer un poco más en el futuro de la raza humana.


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